Soy cobarde y qué
Para todos aquellos de los que alguna vez no me despedí y no me despediré:
Odio las despedidas. Las odio con cada milímetro de mi piel y con cada espaciecito de mi alma. Las odio de verdad, sinceramente, con todo lo que se puede odiar algo. No hay nada en el mundo mundial que odie más. Las aborrezco y me dan ganas de vomitar.
En serio no me gustan. Me pongo sensible y emotivo. Sacan mi Yo vulnerable y melancólico. Mi Yo frágil y triste. El Yo delicado, sin escudos y con el corazón al descubierto. Y no me gusta. Prefiero mi yo sonriente. El que hace chistes en todas las ocasiones. El que siempre está feliz. El que con carcajadas se eterniza en las almas de las personas.
Y aunque las grandes amistades no se despiden porque ellas encuentran su camino en medio de diferentes vías y lugares y momentos, las despedidas son el fin de alguna bonita época. Y nadie quiere acabar un lindo momento por más que vaya a otro lindo momento. Nadie quiere dejar atrás a ningún alguien especial así vaya a ver a otros 'alguienes' especiales.
Por eso no me gustan. No me gustan los finales. No me gusta aceptar que tengo que moverme o que tengo que separarme de gente que me hizo la vida maravillosa. No me gusta aceptar que tengo miedo de perder a esas personas. No me gusta mostrar el desasosiego que siento al pensar que la distancia nos separará así nos juremos amor y amistad eterna. Me bloqueo y no quiero admitir que no será más que un lindo recuerdo y luego, olvido. No me gusta confirmar que se acabó. Se acabó para siempre. Y las despedidas son la aceptación. Y a mí no me gusta aceptar las cosas que no quiero aceptar. Porque hay situaciones a las que realmente me da mamera hacerles frente. Y las despedidas son las principales. Es que soy caprichoso, sobre todo para las aceptaciones.
Como si fuera poco, odio, realmente odio, dejar el alma en ese abrazo de adiós. Me siento incapaz de demostrar en ese momento lo especial que fue para mí cada segundo. Es muy corto tiempo para uno agradecer lo que hay que agradecer. Es demasiado poco el espacio y el abrazo y el beso y las palabras que uno tiene en ese instante y se me hace que son muchísimas las cosas que uno tiene que decir o hacer como para resumirlas ahí.
Así que las evado. Como los grandes. Los grandes cobardes, quiero decir. Y me ingenio formas. Y digo mentiras. Y no doy la cara. Y desaparezco. Es más, con los años me he convertido en el especialista universal número uno en evadir despedidas.
"Mañana seguro nos vemos. "Más tarde te llamo para cuadrar". "Yo vengo antes de irme". "Cuando me levante te despierto antes de salir". "No, no nos despidamos ahora, ya no volveremos a ver". "Fijo". "Seguro".
Y esas cosas nunca pasan. No vuelvo a aparecer. De repente ya estoy ido con mi vulnerabilidad en el alma. Con mi vacío en el estómago que sube y baja y se convierte en nudo en la garganta. Con la piel de gallina y con los ojos queriendo encharcarse.
Y la gente piensa que soy grosero y desagradecido. Pero no. Por agradecido me largo sin avisar. Me niego a resumir en ese instante todo lo vivido. No acepto el fin y cortar de sopetón el lindo momento. Prefiero que se diluya en el tiempo y que el olvido por sí sólo lleve el ritmo. Es mi capricho ante la vida no despedirme porque me quiero quedar con los bonitos recuerdos. Y así es y han sido muchas, demasiadas personas de las que no me he despedido como se debe: abrazo, beso, abrazo otra vez, lágrima, palabras, promesas y otro abrazo.
Nada, yo doy una mirada sincera, un abrazo corto, un beso desabrido y otra mirada profunda que sólo yo entiendo. Como nadie sabe que me estoy despidiendo aparte de mí, sólo yo lo entiendo. Y me cuesta tragar saliva en ese momento y me cuesta sonreír pero sonrío. Y me esmero realmente en diluir el momento de la despedida hasta que nunca pasa. Y generalmente nunca pasa.
Pero en ese momento quisiera dar las gracias por haber estado conmigo cuando lo necesité y cuando no. Para reír y para llorar. Para bailar, beber y ligar. Por no hacer nada y por hacer desastres. Por el amor y la incondicionalidad. Por el amor, otra vez. O sólo porque sí. Por haberme sacado una sonrisa. Porque lo merecen. Por la ilusión. Por las esperanzas. Por darme tierra firme. Por hacerme sentir inolvidable o invencible. Por hacerme compañía. Por quererme. Por entenderme -que no es fácil-. Por aguantarme -que tampoco lo es-. Por creer en mí. Por todo y por todísimo.
Pero es mejor escabullirme. Más sano y menos dramático. Además salgo ileso, sin lágrimas y sin mostrar mi Yo quebradizo. Al mismo tiempo logro que siempre me recuerden con mi sonrisota. Como quiero que todos me recuerden.
En ese momento quisiera mil cosas pero prefiero no enfrentarlas, así que bajo la mirada, digo que nos vemos después y me voy. Porque todas las despedidas son dolorosas y asquerosas. Sobre todo cuando uno no se quiere ir, como ésta.
Mr Christobal.
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