lunes, 22 de abril de 2013

No voy a hablar de él porque se me sala

No voy a hablar de él porque se me sala


Yo no quiero escribir de él porque como regla propia tengo no escribir de ningún él hasta que la historia haya llegado a su final. Y no sé si lo que pasó era tan sólo eso y nació para morir, pero esta vez tengo el bonito presentimiento y la inocente esperanza de que esta historia -porque se lo merece- tendrá un tiempo más de vida para ser apasionadamente vivida.

Quisiera contar cómo fue que llegó como un regalo en un día y cómo desapareció igual, el mismo día y luego, cómo volvió a aparecer como por arte de magia, otro día. Quisiera desarrollar todo un párrafo de cómo le reclamé -sin que jamás se enterara- su maldita desaparición. Y que cuando apareció estuve cortante y distante, queriendo que notara que lo había semiodiado esos días, típico de mí resentido, aunque creo que ni lo notó.

Podría hacer toda una entrada al blog haciendo referencia al momento previo antes de volver a verlo. Sería chévere porque son todas esas preguntas que muchos nos hacemos. MUCHOS. Esas preguntas que sabiendo que no habrá respuestas nos seguimos haciendo sin parar. Esas miles de preguntas como que si será que vale la pena volver a verlo. Que si le gustaré otra vez. Que si será que me gustará otra vez. Que si será que nos vamos a entender. O que y qué tal que no nos gustemos la próxima. Que por qué viene a aparecer justito, después de tanto tiempo soltero, cuando el tiempo es mi mayor enemigo. Y que si si nos gustamos qué. Y que si, que tal si, y si de pronto...

Sin embargo, medito y me doy cuenta que mejor valdría la pena contar cómo, cuando lo vi, después de días sin verlo, me empezó a importar un comino dónde diablos había estado metido y me empezó a parecer significativo y más valiente, saber a dónde iba. -¿Podría ir con él?-

Pero no, no puedo incumplir mi regla de no hablar de mis ÉL's hasta que sienta que la historia llegó a su fin. Y no voy a hablar de él por superstición o por respeto o por fe o por ilusión o por lo que sea. No voy a describir esa extraña esperanza que me dio. Ni pretendo hablar de la seguridad que irradia y que me transmitió sin enterarse que me la estaba dando. Ni de cómo cada una de sus sonrisas son una invitación a que le acaricie el corazón. Ni de su caballerosidad, ni de lo alucinante que es.

No voy a contar lo confundido y triste que quedé con la despedida. Ni cómo cuando lo veía alejarse por la entrada del aeropuerto se me desgarraba algo por dentro y estallaron en mí más sentimientos de los que puedo usar. Rabia. Frustración. Impotencia. Esperanza. Ilusión. Desilusión. Ganas -de él-. Más ganas, de más y de él. Pero mejor no voy a hablar de él ni de cómo cree que soy guapísimo e increíble cuando el guapísimo y el increíble es él. No voy a escribir de él, ni de cómo cuando me dijo que no le daba miedo enamorarse de mí, a mí se me quitaron esos miedos que por años llevo sintiendo. Pero nada, mejor me espero porque soy tan desastroso que creo en imposibles. Y en medio de mi contexto patas para arriba imposible, él tiene más de posible que de imposible. Sólo lo siento. Así que esta historia la dejamos para después.

Mierda, creo que no me aguanté, y creo que si hablé un poquito de él. Bueno, hagamos que no. ¿Vale?

Mr Christobal

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