He entendido que la vida nunca es lo que queramos que sea,
nunca, hasta que sepamos muy bien, más que bien, mejor que bien, lo que
queremos que sea. Porque cuando estamos en nuestro centro y sabemos
escucharnos, descifrarnos y confiamos más en nuestras vibraciones, instinto y
pasiones, que en lo impuesto socialmente, no hay pierde.
Sin embargo, sucede que sin darnos cuenta nos auto soltamos
las riendas, se las entregamos a otros e inevitablemente empezamos a recorrer
caminos que no son propios. Comenzamos a frecuentar lugares comunes y
situaciones usuales. Decidimos luchar, con toda la convicción del alma, por
alcanzar metas impuestas, vidas ideales y el éxito estándar. Y nos dejamos
llevar por formatos tradicionales, pensamientos establecidos y libretos
repetidos.
Y no vamos dentro. No nos miramos. No nos tomamos el tiempo
de revisar qué nos mueve, qué nos hace vibrar, cuál es nuestra verdad y dónde
está nuestra luz. Cuáles son nuestras necesidades, qué nos llena el alma, dónde
están nuestras sonrisas. No logramos diferenciar si lo que queremos es lo que
realmente queremos nosotros o es lo que los otros quieren de nosotros. O si
estamos viviendo la vida que nos han impuesto y exigido y nosotros la hemos
adoptado con naturalidad como nuestra y no nos preguntamos si nos hace feliz. Y
puede que sí.
Pero también, puede que no.
Nos da pánico escucharnos porque aparecen las verdades.
Tememos cuestionar lo establecido, entender si queremos lo que todos quieren,
si en serio nos hace feliz tener todo lo que hay que tener, ser como se debe
ser y encajar a la perfección en lo establecido. Nos da terror ser auténticos.
Le tenemos pavor a darle uso legítimo a nuestra libertad y le tenemos mucho
miedo al miedo. Y por eso, vamos como caballos con los ojos tapados, logrando
logros que nunca parecen logros y realmente nunca nos hacen saltar el alma.
Pasé tantas veces por ahí y dolió tanto e implicó tantas
frustraciones, que sólo desde este momento existencial, puedo entender por qué
-algunas cosas- fueron tan difíciles e insostenibles. Por qué la vida parecía
encapricharse en mi contra y no a mi favor. por qué cada paso me costaba dos
veces más esfuerzo y por qué acumulaba reveses y desengaños.
... pues porque iba por el camino que no era ya que el que
busca sustenar y alcazar logros superficiales y no reales, siempre irá por el
camino que no es.
Pero yo mismo insistí en ello. Me impuse lo impuesto y firmé
con sangre en mi alma lo que debía alcanzar. Todo, eso sí, según los estándares
sociales de éxito y mi auto exigencia de encajar en el molde del triunfo que yo
mismo había establecido: una carrera seria (psicología, que me viene de
maravillas en mi proceso personal, pero que siendo honestos, me decepciona
mucho el campo laboral en este país, pero implica mucho esfuerzo y tenía que
demostrar -no tengo ni puta idea, a quién- que yo era pilo). Y esa carrera -aunque
la terminé- me ha mandado miles, o sea miles de mensajes diciéndome que no me
puedo quedar sólo ahí. Pero yo insistí en mi pacto del éxito y lo sobre puse a
mi felicidad y por eso, no me ha definido del todo y no la ejerzo como
quisiera, entonces no la ejerzo.
Luego tenía que conseguirme un trabajo y que me fuera bien
para alcanzar lo que seguía: una especialización, un carro, un apartamento y un
esposo. Y así lo fui haciendo. Me conseguí un trabajo y si bien en ese momento
tuve mi primer acto disruptivo con los requerimientos existenciales pues tuve
la claridad transparente de no querer un carro, empecé a ahorrar para empezar a
hacer una especialización, porque eso hace todo el mundo. Especializaciones.
Pero la vida me decía que no y que no, que a mí no me gustaría eso, de hecho lo
odiaría, y la vida me ponía obstáculos y me lo hacía imposible. Y hoy entendí
que yo no quiero una especialización que no me llene. Yo quiero viajar. Irme
como un alma libre que soy que no pertenece a ningún lugar ni a nadie y
moverme. Pero aún sigo escuchando que tengo que hacer una especialización, ¿por
qué? ¿quién se va por el mundo a viajar? ¿un año? ¿y lo que seguía de mi auto
imposición del éxito? ¿y el apartamento? ¿Y la hoja de vida? ¿el trabajo de
súper profesionales elegante con responsabilidades extraordinarias? ¿y el
esposo? ¿y los hijos?
Y volví a trabajar. Como un señorito de bien. Y hacía
intentos de defender mi libertad e intenté saborearla y me negué con convicción
arraigada al apartamento y al esposo. La casa porque he tenido claridad en que
no quiero endeudarme hasta la coronilla con un lugar y más bien prefiero
gastarme eso en viajes y experiencias, porque las paredes esas no me las llevo
a la tumba y lo vivido sí. Y el esposo, sencillo, porque siempre he estado
convencido que yo no quiero a alguien, yo no busco compañía, yo no necesito
casarme, ni decir que me casé, ni alguien que me defina, porque es que yo
siempre he querido el amor de verdad. Y he preferido esperarlo convencido que
acelerado y mal casado.
Pero volvía, seguía tratando de alcanzar lo que me había
prometido; el éxito, o sea, el súper profesional con el súper cargo.
Respetable. Que se me llenara la boca diciendo que había hecho esto y lo otro.
Pero, mierda sí que he sido necio, por ahí tampoco era, no es, nunca lo fue. E
insistí hasta el bendito cansancio. Y no entendía o no quería entender, que yo
no estoy emocionalmente diseñado para una oficina. Que la lucha del día a día,
con cierta gente y principalmente interna, era diaria, exhaustiva y criminal.
Pero tenía pánico, miedo físico y puro de auto
decepcionarme. De no cumplir mis propias expectativas. Ni las de los que me
rodeaban. Ni las de la vida. Y si bien no hay duda que gocé el entre tiempo,
siempre encontraba decepciones. Vueltas tenaces. Derrotas. Negativas. Esfuerzo
gigante. Imposibles visibles.
Pero siempre fue porque estaba buscando afuera. Compararme.
Definí mi éxito según lo que había visto y no según mis convicciones y sin
terminar de definir lo que soy. Y por eso era tan tenaz. Por eso la vida no iba
conmigo. Yo la jalaba y la obligaba, pero ella me decía, viejo, no.
Por eso entendí que soy yo quien tiene que ir con la vida.
Pero para ir con la vida tengo que redefinirme y reinventarme desde mi esencia
y mi realidad. Desde lo que me gusta, de lo que hago bien y desde lo que me
hará imparable. Desde la comprensión a mí mismo y la lectura honesta a mi alma.
Desde la aceptación alegre de mis debilidades y construcción juiciosa y humilde
de mis cualidades. Desde mi valentía que no le teme al miedo y se da las manos
con el ego. Desde la libertad libre e infinita que tengo para elegir cualquier
cosa que quiero ser -y las que no- y sobre todo, desde la autenticidad y
transparencia de lo más profundo de mi alma.
Y para eso, para que la vida sea todo lo que yo quiero que
sea, debo tener mucha claridad de lo que soy, lo que quiero, y lo que sueño.
Con toda la sencillez y todas las complicaciones que eso implica.
Pero, ¿cómo la vida va a ser lo que yo quiera que sea, si no
sé lo que quiero que sea?
Mr. Christobal.