Hace rato no te escribía. Ya sabes, la rutina. Ir, venir, evadir, hacer, dejar de hacer. Todas esas cosas de la gente. De la gente como tú, o sea, como yo, que por ratos se pierden y se plantan con fuerza y miedo en los lugares equivocados como el pasado, el futuro, unos ojos que me miran hacia otra dirección, un corazón herido incapaz de corresponder o en el vacío de los sueños que se sueñan sólo por soñar sin ánimo de darles vida.
Gente como tú, o sea como yo, que dejamos que nos consuma el día a día de forma letal y se nos va llevando la vida más rápido de lo que nos percatamos. Más rápido de lo que quisiéramos. Más rápido que rápido. No para. El tiempo tiene su propio ritmo. Y cuando nos damos cuenta, se nos está haciendo tarde. Tic, tac, tic, tac. Tarde para los sueños. Tic, tac, tic, tac. Tarde para los que amamos. Tic, tac, tic, tac. Tarde para ti mismo. Tic, tac, tic, tac. Tarde para nosotros mismos. Tic, tac, tic, tac.
Así que supongo que te estaba viendo sin verte. Por encimita. Como cuando vas caminando y ves un niño de la calle y volteas la cara. Para no enfrentarlo, para que no duela, para no hacerte cargo ni responsable. Porque es más fácil.
Vaya cagada y falta de cojones, Mr.
Pero desde hace un tiempo, finalmente, se me empezaron a alborotar unas necesarias e incontrolables ganas de verte. De observarte con atención. No más evasivas. Enfrentarnos. Encontrarnos. Sí, Sí. Ya era hora, lo sé. Y aunque por momento siento que pudo haber sido antes y nos pudimos haber ahorrado toneladas y mares de situaciones erradas, no no Mr. éste es el momento perfecto, el momento que necesitabas, -necesitábamos- todos y cada uno de esos desaciertos y amores esquivos y tempradas de ansiedad y desconfianza y miedo extremo e ilusiones quebradas. Las necesitabas para llegar aquí. A este lugar de la vida en que lo único importante para ti, es volver a brillar.
Por eso vine. A verte. De frente. A los ojos. A decirte que lo peor ya pasó. Que estoy feliz por ti. Y orgulloso. Que he visto cómo decidiste reconciliarte con tus miedos. Y los has asumido y te has hecho responsable de ellos. Y ya no son ellos los que piensan, actúan y sienten por ti, sino tú, por ti, muy a pesar de ellos.
Falta camino y es tan eterno como el azul de mar pero veo que esos malditos e infinitos miedos ya no te gobiernan. Sino que los reconoces y les haces una llave maestra y los bloqueas. ¿Los ves? Sí, sí que los ves. Gracias, por darte permiso de verlos. Por permitirte enfrentarlos. Y no por tener miedo a gobernarlos. En últimas, siempre van a estar y harán sus apariciones atrevidas porque ya sabes, necesitan y se alimentan de tu atención y de tus fracasos. De cuando te paralizas. De cuando reinan.
Son tantos. Caray!. Miedo a amar y a que no te amen con la misma intensidad. A entregarte enterito como cuando tenías quince, dieciocho y veintidos y el resultado sea igual de miserable que aquellas veces. O por el contrario, que te amen con tanta fuerza que sus corazones -y el tuyo- no lo soportan y explotan, en mil pedazos. Miedo, pánico a que te quieran bonito y no saber corresponder por tu incapacidad de amar. Enamorarte. Abrirte. Y dañarlo. Y destruirlo.
Miedo al éxito. A no verte bien. A no quedar bien. A ser diferente. A no servir para el amor. A sentir con intensidad. A brillar demasiado y causar molesias. A no sentir. A ser tú mismo. A no encajar. A no ser lo que todo esperan de ti. A no ser lo que tú mismo esperas de ti. Al futuro. Al pasado. A no cumplirte. A quedarte solo. Miedo a ti mismo. Miedo a tus miedos. Miedo a vencer tus miedos.
Faltan, seguro. Es que son muchos, los descarados. Pero bien identificados los dejas y así es más fácil enforcarte en cositas que tienen por resolver. Pero ya he visto que has dado pasitos también. Como perdonarte, por ejemplo. Tantas cosas también. Como haberte quedado en esa relación más tiempo del necesario, perdiendo tu lealtad a ti mismo y tu autoestima. Como haber perdido tu integridad en borracheras de quinta y sexta categoría. Como haberle roto el alma a él y a él y a él y a él. Como hacer que él, él, él y no sé cuántos más éls, te rompieran el alma. Por seguir recriminándote cosas que ya pasaron. Y hacer rato.
Por nunca haberles dicho que te dolía. Que te dolió. Que te destruyó. Por hacerte el fuerte. Por no saber recibir amor. Por hacerle daño a los que más te quieren. Por no brillar cuando tenían todo para hacerlo. Por permitirte recibir menos de lo que mereces. Por no hacer aceptado cuando era lo que merecías.
¿Cuántos perdones necesitabas para perdonarte? Sí. No eran tantos perdonas. Con uno estaba bien. Pero bueno, fueron los que tenían que ser pero fueron suficientes.
Me gusta. Estoy contento con lo que veo. Orgulloso que hayas hecho las paces con el tú amoroso, inspirador y abierto que hay en ti. El más bacano. El que trabaja día a día por ser la mejor versión. El que liberándose de su basura y miedos entendió que todo se trata del hoy y ahora. Que hacerte vídeos de lo que pasará en dos años, diez días o mañana, son suposiciones. De las que no sirven para absolutamente nada. Así que -por fin- entendiste que es más sabroso vivir como viene el día a día. Con su tranquilidad y acelere. Con sus mágicas y desastrozas noticias. Ser dueño del momento, de la situación y resolver ahí, y sólo ahí.
Muy bien. Me parece cool que estés abierto a los giros inesperados que vendrán. Porque vendrán. Muchos. De toda clase. Y que tengas claro que está bien no tener ni la más mínima idea de cuál es el camino, y haber dejado la arrogancia de pretender saberlo y forzarlo y encapricharse con uno en específico. Bien. Porque sea lo que sea, vayas donde vayas, sea cual sea el camino, la única forma que existe para poder recorrerlo con gracia y gusto y tranquilidad y alegría y te lo puedes gozar, es dejando los miedos y perdonándote.
Así que adelante Mr, el camino está despejado para que goces.
Mr. Christobal.
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