"M" me miró y me dijo que estaba angustiado porque su mejor amigo se acababa de cuadrar. Que todo el mundo se está casando, que por estos días su Facebook está repleto de propuestas de matrimonios y noviazgos felices y todo eso y que él seguía solo. Vi el desespero en su mirada. La frustración en sus gestos. Y la falta de centro en sus palabras.
Vi su necesidad imperial de cumplir con los requisitos impuestos en el que si estás solo, tienes un problema. Por eso, noté cómo se apresuraba a coquetear, cómo intentaba forzar situaciones con manes, cómo picaba aquí y allá para intentar que algo le resultara, cómo, sino tenía tres manes que le escribieran lo lindo que es, no se sabía lindo, ni completo, ni pleno, ni él.
Le sonreí y le hablé desde el descubrimiento interno que me ha traído aquí, a este momento donde el camino ha dejado -un poco- de ser circular y ya es en línea recta. Desde mi experiencia. Desde el amor. Le hablé justo como aprendí a hablarme a mí; desde la verdad. Le dije, palabras más, palabras menos, que no se trata de tener un novio, sino EL NOVIO. Que no es el que sea. El que tocó. El "peor es nada". El, es que no hay más y éste me quiso. El, "es que es buen tipo". No, no se trata de eso. No se trata, como ya dije, de una competencia. Se trata de saber justito lo que se quiere para reconocerlo cuando llegue. Saber cómo lo quiere. Yo por lo menos lo quiero buena onda y divertido. Trabajador y deportista. Familiar, tierno, romántico y detallista. Lector, viajero, soñador y con un hobbie deli. Que entienda mi mundo y el mundo de mi cabeza. Que lo seduzca mi oscuridad y mi locura. Que no le dé miedo mi libertad y admire mi espontaneidad y mis inseguridades. Que me dé alas pero sepa cómo no dejarme ir. Pero sobre todo, y lo más importante, es que él me produzca cosas. No sé cuáles porque no las he vivido, pero necesito sentirlas. Tengo que mirarlo y saber que es diferente. Que hay una ruptura, un "antes todo fueron así, pero él, él es". Una unión de almas, de otras vidas, de lo que ajá. Y que nada, si no es así, me aburren. Y el esfuerzo no lo vale.
A ver, no se trata de llegar más rápido, sino mejor. Porque ya estuvo bueno, en serio. Ya experimentamos lo necesario. Ya nos arrojamos en los brazos del primero que pasó para ver cómo era eso y de qué se trataba. Cómo éramos en pareja. Qué se sentía. Cómo dolía y cómo nos enfrentamos al mundo con esa rabia y dolor y ese corazón rotisísimo. Ya el trabajo de exploración pasó. Y fue deli e importante. Nos mostró justito lo que no queríamos. Y yo, yo tomé atenta nota. Con mi letra fea y desordenada, pero ahí está, muy escrito y definido, lo que no. Es que fueron tantos...
Y resulta que en mi mente tengo total claridad del día que dije, "éste es mi último no". Iba en un camión de mudanza con todos mis corotos, hecho pedazos y con todo un yo, entero, por reconstruir. Y hoy miro atrás y pienso "mierda, sí que era un no". Terrible. Muy no. Pero lo necesité porque fue tan pero tan no, que el día que salí de ahí dije, "ni uno más, Mr. Christobal, ni uno más".
Y desde entonces he tenido muy pocas y muy específicas cosas: Dos increíbles y mágicos "sí". Dos sí rotundos. Y disruptivos. Irreales. Como sacados de esos libros de amor que leo. Pero que no eran.
Y no importa porque efectivamente llegaron a mostrarme que sí existen como los quiero. Que sí estoy pidiendo mucho, -¡Y qué bueno!, ¿Cuándo llega uno a un nuevo trabajo y pide menos sueldo de lo que cree que se merece? Pide más para que le negocien, ¿no?- Pero es que ya sé que están por ahí. Y por eso, lo más sabio y sensato. Lo más divertido y romántico. Lo más yo, es esperarlo.
Sepan qué esperar, que los "nos" ya fueron suficientes y esperen, que de que llega, llega.
Mr. Christobal.
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