Pensé en gastarme el último cartucho y hacer el último esfuercito y dejarlo todo en la cancha. Como los grandes. En dejarle la pelota a él y dejar de esperar. Pensé en escribirle tipo 11, no, que mejor después de almuerzo, no, mejor tipo 7pm, 8pm, 9pm, ya no, muy tarde.
Pero también pensé como quiero que las cosas fluyan relajadas, tranquilas, sin darle vueltas y sin mucha cabeza. Sin pensar. Que no quiero presionar, ni forzar, ni arrastrar a alguien a mí. Sólo que las cosas se den en armonía, en tiempos rápidos, con determinación, sin dudas y con mucha sencillez.
Pensé en las mil cosas que podíamos hacer juntos, lo chévere que la podíamos pasar y todo lo que podíamos construir. Pensé en escribirle para que no muriera algo que podía ser bonito. Así como también pensé que si él quería, -saber de mí, escribirme, darle la continuidad- lo hacía y yo feliz le contestaba.
Pensé que él no quería. O sí quería pero estaba en otra vuelta. O en otra sintonía. Básicamente no estaba en la capacidad de meterse en semejante vuelta que soy yo. Que era otro, siempre es otro. Que yo le gustaba, pero no lo suficiente. Pensé en qué lástima no gustar esta vez, pero relajado y sin ego y sin dolor porque no hay ningún problema con no gustar.
Esta vez no pensé qué había hecho yo mal. Qué tenía yo que no le gustaba. Que si mucho de esto o poco de lo otro. Que hablé mucho o mostré demasiado, no, esta vez pensé que no se trata de mí.
Así que pensé que si no está preparado para este cuerpito paisa, esta personalidad excéntrica y esta carita morena, mejor que no escriba. Y mucho mejor, no escribirle yo. Pensé que lindo, chiquito bebé, bye, bye. Next.
Y ese es el problema. Uno piensa mucho.
Mr. Christobal
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