Toda mi vida se ha tratado de probar, ensayar, equivocarme, volver a intentar y aprender para luego, seguir con firmeza. Tengo la bonita costumbre de arriesgarme, de arrastrarme tras mis impulsos, de exigirme sentir, vivir cosas diferentes, cuestionar mi existencia, fallar, recapitular.
Es como cuando uno iba a un paseo en el río. Y había una piedra alta donde uno se tiraba. Sin embargo, en el camino había una más cerca, más abajo donde no había riesgo. Muchos escogían esa. Otros llegaban a la de arriba, miraban abajo, se asustaban, declinaban y se devolvían. Otros, con el vértigo en el alma, el vacío en la panza y los nervios en la garganta, cerrábamos los ojos y pal agua.
En el camino, la subida hasta la roca nunca es fácil. Y las caídas, muchas veces resultan dolorosas, insostenibles o malucas, pero en compensación, otras, son el más plácido y excitante vuelo. Pero siempre, siempre, el viaje es lo que importa. El viaje a la piedra. El viaje de caída. El vuelo. Porque la llegada es sólo un "¿Dónde está la próxima piedra?".
Por eso mi vida, en general, ha sido un largo viaje de fallas. Perdí aquí, me fue mal aquí, intenté eso, no logré aquello. En el amor (ufffffffffffffffff), en la universidad (ni les cuento), en lo profesional (se duermen), en el día a día. Por eso, cuando llego al destino y me encuentro, una vez más que caigo como una papaya, digo, "nada, aquí como siempre, aprendiendo a las malas".
Supongo que pocos tienen la fortuna de aprender a las buenas y también me imagino que de eso se trata. De aprender. Cada uno a su ritmo, cada uno con sus miedos, cada uno con sus riesgos, cada uno en sus tiempos.
Lo que es cierto es que con las caídas uno va cogiendo confianza. Entonces sube a la roca más rápido y con más determinación y sin pensarlo tanto. Y las caídas se hacen mucho más amigables. Antes me quedaba siglos quejándome del dolor de la caída. Victimizándome, que por qué yo, por qué a mí, que dónde estaba el responsable, que a quién hay que mandarle el de la moto, que auch!, que me duele, que snif snif, que grrr!, y así. Hoy, muchas caídas después, 26 años más tarde, muchas curitas puestas y miles de vértigos dolorosos sobrepasados, con mi última y más reciente caída, sonreí.
Después de armar una pataleta a mí mismo por media hora donde lloré con rabia y decepción, dejé salir una sonrisa, tranquila y pacífica. Una sonrisa comprensiva, sencilla, de aceptación. Sin ninguna ambición. Sentí el viaje de mis años. El camino andado. Las caídas que caí y las que esquivé. Los vuelos volados. El cielo alcanzado. Las estrellas que he tocado. Y me abracé.
Comprendí que mucho antes que pasara, tenía la certeza que iba a pasar. Sólo estaba esperando el momento. Así que confirmé, una vez más, que mi intuición es una maravilla. Que no me falla y que mi tarea es desarrollarla, creer en ella, y dejarme guiar.
Y luego, todos estos años de locuras bonitas pasaron rápidamente por mis ojos. Como escenas de mi vida en tres o cuatro segundos. Siempre estaba yo, riendo, volviendo a reír, otra vez. Vi con claridad dónde estaban mis fallas. Mi debilidades. mis miedos. Esa caída libre había sido tan esperada, que ya todo lo tenía claro. Así que esta vez no caí ni quedé estampado contra el piso.
Esta vez rocé y despacito volví a alzar el vuelo, con la única certeza que viene otro viaje, otra roca por conquistar, que no la veo cerca, ni tengo pistas, pero sé que está ahí. Esperando por mí. Que ya exise. Es mía. Y será más cool que ésta.
Por eso sonreí. Porque finalmente entendí que todo, siempre va a estar bien. Que por más mal que todo parece, no es tan mal, que hay otros luchando guerras realmente considerables, con más sentido, con dolor del real. Y que ya a estas alturas, escojo qué me duele, qué me afecta, qué es vital, qué es pasajero. reconozco lo que se puede cambiar y arreglar, lo que tiene solución y desemboca en mejor. Todo va a estar bien. Me muevo rápido. me sacudo. Busco soluciones.
Y por eso me abracé. porque es momento de confiar en mí. En mi fuerza, en lo que mi sonrisa puede lograr, en los viajes que me faltan, en los riesgos que voy a seguir corriendo, en lo bien que la he pasado. En el poder de mi espontaneidad. En la confianza de mi andar. mis valores, mi responsabilidad, mi mente curiosa. En que volveré a caer y seguiré aprendiendo.
Porque llegó el momento de confiar en la vida. En ese algo. En esa fuerza mayor. Confiar que absolutamente todo está bien y sobre todo, todo, absolutamente todo, va a estar mejor.
Mr Christobal.
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