Cerrando el ciclo
Duré muchos años soltero y no es novedad para quienes empezaron conmigo este camino principesco. Estuve así, solo, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Yendo y viniendo. De aquí para allá. De fiesta o encerrado. Feliz, dichoso y a veces impotente y frustrado.
Con unos que valieron la pena y otros que no merecen ni ser recordados. Con unos que olvidé por convicción y otros porque no se hicieron eternizar. Con algunos que aun recuerdo con una bonita sonrisa y otros con los que a veces hablamos. Con unos de acá y otros de por allá lejos. En inglés o español. Con amores de un fin de semana, una semana, un mes o un año. Pero seguía soltero, siempre soltero.
Supongo que tenía que estar solo para recoger los pedazos de mí que habían quedado regados aquí dentro luego de los años y relaciones anteriores. Era importante poner cada parte en su lugar. Tomar fuerza. Encontrar un camino y un norte con respecto al amor. Saber lo que quería y lo que no. Y en general dejar todo listo, bonito, limpio e ideal para el que llegara.
Así que él llegó así: sin esperarlo, sin buscarlo, sin quererlo. Cuando se metió en mi camino yo estaba listo para empezar a caminar junto a alguien, pero no me convencía y como que todo estaba genial en la relación yo con yo, como para que alguien la dañara.
Sin embargo, de una manera muy creativa y muy divertida, despacito, sin afán y sin hacer mucha bulla, él me convenció y me robó el corazón. No habían pasado tres meses cuando yo ya estaba enterito, de pies a cabeza, de alma, cuerpo y corazón, metido en su vida y en su mundo.
Nadie se sorprendió y supongo que los que me conocen, mínimamente esperaban eso de mí. Porque yo soy así; quiero pocas veces, pero cuando quiero, quiero con locura, con cada espacio, milímetro, célula de mí. Así soy, pocas veces entregado y capaz de salirme de mí pero, cuando lo hago, me abro y me dejo arrastrar hasta dejar salir cada gota de amor y ternura que surja en mí, sin límite ni restricciones. Por eso me enamoró tan contadas veces, porque es de una forma tan violenta que quedo exhausto y es la única forma que lo sé hacer.
Yo estaba tan bien, en una sola pieza, con mis pedazos en orden, alineados y dispuestos tanto así que asumí el rol de remendarlo a él. Cogí de mi fuerza y se la entregué. Entero. Saqué de mis sueños y los coloreé para él, en sus colores y a su acomodo. Busqué toda mi magia y se la puse en sus días. Lo mismo con las esperanzas, ilusiones, ganas, ternura, y todo, todito de mí.
La cosa es que me quebré en pedazos para completarlo a él. Y que quede de aprendizaje: eso, eso no se hace.
Mr. Christobal.
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