lunes, 17 de febrero de 2014

Una vez que me enamoré

Una vez que me enamoré

Estaba muy joven y estaba en una etapa de mi vida que a veces extraño. Era estudiante, me montaba en buses, la plata me alcanzaba, no tenía minutos en el celular, no sabía qué era un Blazer, ni una plancha para las camisas a diario y mucho menos zapatillas combinadas con cinturón.

Qué bonito era vivir así. Rumbeaba y no me importaban las consecuencias. No me cansaba y lo podía hacer -y lo hacía- de miércoles a sábado. Hacía grandes estupideces. Era deliciosamente irresponsable. Irreverente y descarada. No medía consecuencias. No me importa lo que yo mismo pensara de mí. Y eso es lo que extraño.

Era sábado. Y caminaba orondo con mi mejor amigo buscando lo que no se me había perdido. Él se me acercó y me saludó. Yo en cambio, lo miré con mi cara de 'no te conozco, quién carajos sos'. Así que se adelantó y me contó que el día anterior nos habíamos conocido en la fiesta de Pepito. Que si no me acordaba que habíamos estado halando hasta que yo me había tenido que ir.

Obvio no me acordaba, pero había que hacer como que sí. Como él estaba con su mejor amigo nos fuimos de rumba los cuatro -claro, en esa época rumbear tres días seguidos era normal-. Y ese tipo que conocía pero que no, me bailó toda la noche. Delicioso. Y me hizo chistes. Y yo me reí. Y no me soltó. Y me reí más. Y nos emborrachamos. Y la pasamos rico.

Al día siguiente me llamó. Y yo en esa edad de demencia fina, pensaba que para qué carajos me llamaba. Me volvió a llamar y toda la semana apareció. Salí con él y con su mejor amigo. Y como lo que yo mismo pensara no me importaba, en la primera salida me pasé de tragos y vomité en un carro que no conocía. Gracias. La segunda vez en cambio, también me emborraché. Y la tercera y la cuarta.

Pasados dos semanas el tipo seguía ahí. Semejante loco, aguantarse tanta locura de este loco. Un día me dijo descaradamente que quería ser mi novio. Y ahí sí pensé que más que loco, el tipo sufría de demencia. Le pregunté que si tenía problemas o qué. Que yo no quería nada serio con nadie.

Él, como estaba más safado de la cabeza que todos los safados, me dijo que bueno, que si yo quería vacilar nada mas habrían muchos tipos que quisieran eso, pero él quería algo en serio. No había mucho chat en esa época porque de haber sido así yo le hubiera respondido algo como:
"¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿???????????????????????????????"
Pero me quedé callado y me tomé mi tiempo para responder. Sólo un valiente, loco, se me para en la raya. Él. Así que le dije que sí. ¿Cómo no?

Por eso de él me enamoré locamente. Porque él me escogió a mí y no yo a él (como siempre). Porque desde el primer momento supo manejarme. Reírse de mí. Conmigo. Era mi cómplice. Mi alcahueta. Nos reíamos juntos de la vida. Me quería pero en la justa medida. No me limitaba, sino al revés., sacaba lo mejor de mí cuando era necesario y lo peor cuanto también. Desde el día uno supo llevarme y no dejó que yo dirigiera todo a mí gusto, como siempre.

Esa vez me enamoré como nunca. La pasamos delicioso. No peleábamos. No éramos muy dulces, pero teníamos nuestras propias ternuras divertidas. El mundo nos importaba un pito. No habían celos. Seguían existiendo amistades. Vivía orgulloso de su loco. Una relación sana, buena onda y cool.

Todo hasta que un día de la nada me dijo que quería terminar conmigo. ¿Cómo no esperar una locura de esas de un loco? Para ese entonces no lo sabía. Y casi me muero. La tusa más absurda de mi vida. El desgraciado me enamoró muy a pesar de mí mismo y se largó. Pero me enamoró todo todito todo. Por su locura, por nuestra locura. Y por eso dolió como un berraco. Pensé que no iba a sobrevivir.

Lloraba cuando me levantaba. En clase. Me emborrachaba para ahogar mis penas y lloraba más. No me levantaba. No iba a clase. Me emborrachaba más. Lloraba más. Casi pierdo el semestre (bueno, no tanto). Me busqué otro novio para sacarme el clavo. Seguía con mi dolor. Le hacía drama a mi mamá, a mis amigos, al del bus, al de la calle, al profesor, al que se atravesara. Tusa de tusas.

El punto es que hasta hace un año extrañé esa etapa de mi vida, esa donde yo me daba permiso de hacer carajadas. De sentir sin medida lo bonito del amor. De dejarme querer si miedo a que me abandonaran. De querer con el alma plena y contenta. Aquellos tiempos donde no dudaba en cerrar los ojos y tirarme de cabeza a ver si volaba o caía como una guanábana. Aquel entonces donde no le ponía tantos peros a los manes y no jodía tanto y no le ponía candado a mis sentires y sabía y me daba permiso de pasarla bien. Pero como este man me rayó la cabeza, yo me sentí en derecho de rayársela a muchos otros después, y les pido perdón, por haber sido una pesadilla para todos ustedes y no lograr que me recordaran como el man que la embarró y les dejó una herida.

Sí lo extraño. Extraño no hacerme tantos vídeos e ir con el flow. No pensar en las consecuencias. Vivir al límite. Me da nostalgia aquellos tiempos donde intentaba ser mi yo ideal y disfrutaba de andar embarrándola. Siendo ahora todo muy estable y feliz en mi vida, envidio mi yo sin preocupación y sin miedo. Porque ahora soy feliz, y estoy más enamorado que esa vez, pero como ya tengo la cabeza rayada, entonces siempre hay un miedo a perder, a volver a caer, padecer hasta la médula que me pase lo mismo.

Porque uno sólo se enamora así cuando el mundo entero le vale un pito y a uno sólo le duele un amor así cuando le vale puto que pueda doler, a mí ya nada me vale un pito y extraño, extraño mucho, mucho, demasiado vivir sin que me importe el famoso pito, lo que yo mismo pienso de mí.

¡¡Mí mismo, relájate!!

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