domingo, 23 de febrero de 2014

Yo también tuve 20

Yo también tuve 20


Hace unos días estaba en una rumba y tres niños se me acercaron a preguntarme que si yo era Mr Christobal. Uno de ellos me dijo que era su cumpleaños y que por eso tenía el derecho a tomarse una foto conmigo. Que cumplía 20 y que por qué no escribía de cuando yo tenía esa edad.

Fue demasiado tierno. Ellos queriéndose tomar una foto conmigo y yo pensando en aquellos años. Sonreí y el corazón se me llenó de melancolía. Y es que yo también tuve 20. Y se me había olvidado lo exquisito que fui en aquel entonces.

Mis bellos y locos 20. Para esa época mi mayor preocupación era pasar los parciales. Y tanto me intranquilizaba el asunto que nunca los pasaba y todos los semestre necesitaba como 4.5 para los finales.

Comía lo que se me daba la gana y literalmente me valía huevo los kilos que tenía de más. No hacía ejercicio, no tenía un solo zapato elegante, desde la distancia mi mamá luchaba conmigo para que me viera bonito y me importaba un pito los cuidados en general. Era maravilloso.

Me emborrachaba y me amacizaba con el que se atravesara. Al día siguiente me podía volver a emborrachar y hasta lo hacía con estilo. Y el siguiente. Y amanecía. Y no me importaba lo que hacía ni mucho menos lo que pensaran. Pff!

Al pasar la noche me senté al lado de uno de mis nuevos amiguitos y le pregunté que por qué estaba sobrio. El muy divino me dijo que de todos siempre debía haber alguno sobrio para estar pendiente. Y me conmovió otra vez el corazón. ¡Qué belleza! ¡Qué responsabilidad! Debe ser ley que uno cuide de los otros porque sino pasa lo que pasa ¿o no?

Deber ser como el conductor elegido, el amigo elegido y así nos ahorramos showcitos y dramas innecesarios. ¡Piénsenlo!

Pero bueno, no nos desviemos, la cosa es que veía a los que no les tocó el día de sobriedad felices. Desinhibidos, coquetones con un galán seguramente pasajero, baile que baile, sin preocupaciones, muy con 20 años. Y yo sentí tranquilidad.

Mi corazón encontró serenidad y los miraba viéndome unos años atrás. Sentí que eso ya lo había vivido. Y bien vivido. Que hice todo lo que tenía que hacer. Y que menos mal. Que afortunadamente fui irresponsable, desmedido y son cohibiciones. Que qué alegría que no tenía apengos culos ni responsabilidades serias. Me aplaudí la libertad exagerada que me permitía y el desprendimiento en el que vivía. Pa' eso es esa edad, pensé, para no coger nada en serio.

Me dio emoción ver la espontaneidad de los tres loquitos. Y me hicieron caer en la cuenta que aquellos años fueron muy felices y valiosos. Que sí, que he madurado y tanto mis prioridades como libertades han cambiado, pero precisamente por eso. Porque si no hubiera pasado por ahí no aceptaría esta evolución con tanta satisfacción y tranquilidad.

Lo que sí es verdad y lo que me hicieron ver los carajitos bonitos estos, es que al día de hoy he hecho lo que me ha dado la gana y he vivido cada etapa en su momento y esa, esa es la verdadera alegría de vivir.

Mr Christobal.

lunes, 17 de febrero de 2014

Una vez que me enamoré

Una vez que me enamoré

Estaba muy joven y estaba en una etapa de mi vida que a veces extraño. Era estudiante, me montaba en buses, la plata me alcanzaba, no tenía minutos en el celular, no sabía qué era un Blazer, ni una plancha para las camisas a diario y mucho menos zapatillas combinadas con cinturón.

Qué bonito era vivir así. Rumbeaba y no me importaban las consecuencias. No me cansaba y lo podía hacer -y lo hacía- de miércoles a sábado. Hacía grandes estupideces. Era deliciosamente irresponsable. Irreverente y descarada. No medía consecuencias. No me importa lo que yo mismo pensara de mí. Y eso es lo que extraño.

Era sábado. Y caminaba orondo con mi mejor amigo buscando lo que no se me había perdido. Él se me acercó y me saludó. Yo en cambio, lo miré con mi cara de 'no te conozco, quién carajos sos'. Así que se adelantó y me contó que el día anterior nos habíamos conocido en la fiesta de Pepito. Que si no me acordaba que habíamos estado halando hasta que yo me había tenido que ir.

Obvio no me acordaba, pero había que hacer como que sí. Como él estaba con su mejor amigo nos fuimos de rumba los cuatro -claro, en esa época rumbear tres días seguidos era normal-. Y ese tipo que conocía pero que no, me bailó toda la noche. Delicioso. Y me hizo chistes. Y yo me reí. Y no me soltó. Y me reí más. Y nos emborrachamos. Y la pasamos rico.

Al día siguiente me llamó. Y yo en esa edad de demencia fina, pensaba que para qué carajos me llamaba. Me volvió a llamar y toda la semana apareció. Salí con él y con su mejor amigo. Y como lo que yo mismo pensara no me importaba, en la primera salida me pasé de tragos y vomité en un carro que no conocía. Gracias. La segunda vez en cambio, también me emborraché. Y la tercera y la cuarta.

Pasados dos semanas el tipo seguía ahí. Semejante loco, aguantarse tanta locura de este loco. Un día me dijo descaradamente que quería ser mi novio. Y ahí sí pensé que más que loco, el tipo sufría de demencia. Le pregunté que si tenía problemas o qué. Que yo no quería nada serio con nadie.

Él, como estaba más safado de la cabeza que todos los safados, me dijo que bueno, que si yo quería vacilar nada mas habrían muchos tipos que quisieran eso, pero él quería algo en serio. No había mucho chat en esa época porque de haber sido así yo le hubiera respondido algo como:
"¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿???????????????????????????????"
Pero me quedé callado y me tomé mi tiempo para responder. Sólo un valiente, loco, se me para en la raya. Él. Así que le dije que sí. ¿Cómo no?

Por eso de él me enamoré locamente. Porque él me escogió a mí y no yo a él (como siempre). Porque desde el primer momento supo manejarme. Reírse de mí. Conmigo. Era mi cómplice. Mi alcahueta. Nos reíamos juntos de la vida. Me quería pero en la justa medida. No me limitaba, sino al revés., sacaba lo mejor de mí cuando era necesario y lo peor cuanto también. Desde el día uno supo llevarme y no dejó que yo dirigiera todo a mí gusto, como siempre.

Esa vez me enamoré como nunca. La pasamos delicioso. No peleábamos. No éramos muy dulces, pero teníamos nuestras propias ternuras divertidas. El mundo nos importaba un pito. No habían celos. Seguían existiendo amistades. Vivía orgulloso de su loco. Una relación sana, buena onda y cool.

Todo hasta que un día de la nada me dijo que quería terminar conmigo. ¿Cómo no esperar una locura de esas de un loco? Para ese entonces no lo sabía. Y casi me muero. La tusa más absurda de mi vida. El desgraciado me enamoró muy a pesar de mí mismo y se largó. Pero me enamoró todo todito todo. Por su locura, por nuestra locura. Y por eso dolió como un berraco. Pensé que no iba a sobrevivir.

Lloraba cuando me levantaba. En clase. Me emborrachaba para ahogar mis penas y lloraba más. No me levantaba. No iba a clase. Me emborrachaba más. Lloraba más. Casi pierdo el semestre (bueno, no tanto). Me busqué otro novio para sacarme el clavo. Seguía con mi dolor. Le hacía drama a mi mamá, a mis amigos, al del bus, al de la calle, al profesor, al que se atravesara. Tusa de tusas.

El punto es que hasta hace un año extrañé esa etapa de mi vida, esa donde yo me daba permiso de hacer carajadas. De sentir sin medida lo bonito del amor. De dejarme querer si miedo a que me abandonaran. De querer con el alma plena y contenta. Aquellos tiempos donde no dudaba en cerrar los ojos y tirarme de cabeza a ver si volaba o caía como una guanábana. Aquel entonces donde no le ponía tantos peros a los manes y no jodía tanto y no le ponía candado a mis sentires y sabía y me daba permiso de pasarla bien. Pero como este man me rayó la cabeza, yo me sentí en derecho de rayársela a muchos otros después, y les pido perdón, por haber sido una pesadilla para todos ustedes y no lograr que me recordaran como el man que la embarró y les dejó una herida.

Sí lo extraño. Extraño no hacerme tantos vídeos e ir con el flow. No pensar en las consecuencias. Vivir al límite. Me da nostalgia aquellos tiempos donde intentaba ser mi yo ideal y disfrutaba de andar embarrándola. Siendo ahora todo muy estable y feliz en mi vida, envidio mi yo sin preocupación y sin miedo. Porque ahora soy feliz, y estoy más enamorado que esa vez, pero como ya tengo la cabeza rayada, entonces siempre hay un miedo a perder, a volver a caer, padecer hasta la médula que me pase lo mismo.

Porque uno sólo se enamora así cuando el mundo entero le vale un pito y a uno sólo le duele un amor así cuando le vale puto que pueda doler, a mí ya nada me vale un pito y extraño, extraño mucho, mucho, demasiado vivir sin que me importe el famoso pito, lo que yo mismo pienso de mí.

¡¡Mí mismo, relájate!!

lunes, 10 de febrero de 2014

La tercera es la vencida

La tercera es la vencida


Antes de ser el soltero que disfrutaba estar sin nadie fui noviero. Bastante. No había salido de una tusa cuando ya me estaba buscando a alguien que me la aliviara. Y me la aliviaban, efectivamente. Para luego volver a entusarme, pero me aliviaba, que era el propósito. Fui noviero. Quién lo pensaría. Tuve mis buenas relaciones formales. Entre tres, tres y medio y cuatro, algo así, que hasta los 23 años es bastante.

Fue chévere porque con todos descubrí un yo diferente. Un bonito novio en diferentes versiones o un yo no tan bonita pareja en otras ocasiones. El yo niño e inexperto. El yo vivo y audaz. El yo dulce hasta el empalague. El yo divertido. El yo sumiso y aburrido. El yo celoso y posesivo. El yo relajado y libre. Y todos, toditos, me sirvieron mucho, entre esas cosas para darme cuenta que todos los amores sacan cosas diferentes de uno. O por lo menos de mí.

La cosa es que fui noviero y en todos estos casos me tocaron buenos hombres. Muy buenos. Y tanto que hoy me quejo de ellos. Aunque siempre lo he reconocido, a mí me han tocado manes que me quisieron mucho. Unos más que otros, pero en general, mucho, mucho, muchísimo.

Y fue divertido también porque descubrí que el amor se presenta en diferentes formas. Uno por ejemplo se enamoró profundamente de mi incapacidad de querer. Otro de su afán de que yo me enamorara aun si sabía que yo lo iba a querer, pero nunca me iba a enamorar. Otro se encaprichó con mi ternura. Hubo algún loco, que se enloqueció con mi locura y fuimos dos locos, pero no precisamente geniales. Otro que estuvo y vive seducido por mi pasión. Y no faltó el que se enamoró de la versión de mí que él construyó a su gusto y a su acomodo.

Y yo los quise. A todos los quise. A mi manera, pero los quise. Por todos lloré y pataleé. Con la mayoría pensé que eran los grandes amores de mi vida y mi mundo se iba a acabar cuando se largaron -todos se han largado-. A casi todos hice reír y llorar y bueno, también de casi todos tengo un buen recuerdo, casi, ojo, casi.

La cosa es que ahora miro para atrás y creo que solamente me enamorado realmente, profundamente, -y ya mirando con tanta distancia-, sensatamente, dos veces y media. Y con todos juré que eran los hombres de mi vida. Y que nunca habría cosa igual. Pero la verdad es que sólo me he enamorado dos veces y media y una de esas veces mi amor fue dirigido a un tipo que nunca fue mi novio. Muy poquitas veces para tantos amores. ¿No?

Pues sí. Muy poquitos. Porque en este listado de amores formales no estoy contando aquellos con los que estuve algún sin tiempo sin elevar a la categoría de novios. Y esos son algunos cuanticos. Lo que sí es cierto es que aprendí a que cada amor se quiere de una forma diferente y como yo soy querendón los quiero, pero no con todo mi corazón.

Tuve al que quise porque era el hombre ideal, pero no el perfecto para mí. Al que le entregué mi tiempo porque me quería con su alma, enterita. Al que nos entendíamos perfecto en la cama. Al que quise sólo por ser mi primer amor en serio. O como el que tuve por demostrarme a mí mismo que podía ser buen novio. O al que le entregué el alma por su indiferencia y como reto propio me puse el de ganarme la suya. Hay distintos amores. Egos. Caprichos. Pero amor de amores así de amor...

Pocos, pocos, pocos.

Pero de algo tenían que servir tantos amores que tanto amor me dieron. Como para que yo entendiera que puedo querer, y puedo ser lindo, y puedo ser consentido, y puedo ser lo que quiera, y que me pueden querer, con todo lo que se puede querer a alguien, pero este corazón, este corazón la tercera vez que se enamore, será en serio, de purita verdad y eso, eso es tan complicado que si llega a pasar, será para siempre. ¿Okey? (Perdón, creo que ya me pasó, pero después les cuento, déjenme vivirlo).

Hagamos recuento: entre tres, tres y medio y cuatro novios formales, algunos novios y demás, dos y media veces enamorado y como dicen por ahí, la tercera es la vencida, así que recen para que así sea y me dure para siempre.

Mr Christobal