domingo, 27 de octubre de 2013

El día que dejé de creer en el amor

El día que dejé de creer en el amor


Debo confesar que la primera relación en la que me vi envuelto durante la magia de mis 15 años, fue mi primera decepción. Me moría por el individuo en cuestión pero él ni siquiera se despelucaba por mí, bueno, sí, pero un poquito. Fueron uno que otros años esperando llamadas que nunca llegaban y detalles que nunca existieron. Me limité a esperar en silencio los encuentros casuales, los besos furtivos y las miradas escondidas. Pero algo que nunca iba a ser no tenía porque ser, pero lo esperé, y la decepción fue irremediable a futuro pues pensé que todas mis relaciones tenían que seguir en la misma línea de esa: Escondidas, drías, circunstanciales y vacías por una de las partes.

Luego de unos años, cuando conocí otro amor y logré dejar todos los males que me había dejado el pasado, empecé a creer por primera vez en el amor. Pensé que era natural sentir, dar, recibir y vivir gratamente correspondidos. Fue delicioso lo que viví... hasta que duró. Cuando se fue de mi vida, se robó nuevamente, todo lo que había construido y me desbarató las esperanzas de que el amor existiera.

Desde eso, la historia se repitió con ciertas variaciones (personajes, lugares, roles...) pero se ha repetido sin cesar. Irremediablemente tengo que aceptar que un 90% de las charlas, discusiones, reflexiones entre amigos son de amores. Que los amores ocupan gran parte de eso que nos une; que si me llamó, que si me enamoró, que un beso, dos besos, miles de besos... y entre charlas he concluido que el amor y el desamor son un mal que nos aqueja a todos, sobre todo a los solteros.

La última vez que me pasó, fue en una profunda charla de amigos en la que reflexioné: Una vez más había dicho rotundamente que NO MÁS, que no quería saber de nadie. Que el amor se me escapaba, me huía, que sencillamente era escurridizo para mí y que no quería volver a intentarlo para volver a concluir lo mismo.

Al finalizar esa semana, conocí a alguien que me sacó sonrisas y le regaló brillo a mis ojos. Al día siguiente ansioso me invitó a salir, cosa que no dudé y bueno, disfruté. Y lo peor; salí. La pasamos excelente. Hablamos de cosas superficiales, serias, de su vida, de la mía, de todo y de nada. Reímos, bailamos, nos miramos, nos coqueteamos, estuvo excelente. Sentí un vacío en el estómago indescriptiblemente existencial que me hizo reafirmar que estaba vivo, muy vivo. 

Llegué a la casa relajado, con una alegría fantasiosa y una inevitable sonrisita de satisfacción luego de una noche de coqueteo, entendimiento y muchas pero muchas buenas energías. Al día siguiente apareció y tengo que confesar que tuvimos una semana mágica. 

Hasta el sábado siguiente cuando sin razón alguna desapareció. De la nada. La noche anterior todo estaba perfecto y bueno, se esfumó, así que, uno menos. Ese día, volví a dejar de creer en el amor: perro, cobarde, impredecible, inestable, cruel, "todos son iguales". Por favor, recuérdenmelo siempre, no me dejen por ahora volver a aceptar ninguna clase de invitación, les dije a mis amigos.

Pero fue esa tarde de enero durante esa profunda charla con mis amigos en donde me di cuenta: refuto y refuto, los odio y los insulto, se me roban las esperanzas y la magia. Me roban uno, o días de mal genio, no quiero volver a saber de ninguno, en lo absoluto y casi, casi que los odio.

Sin embargo, entre desilusión y desesperanza me di cuenta a los dos meses, luego que conocí a otro interesante raptor de esperanzas, el más guapo y que aun me roba las sonrisas del alma, que soy un hombre romántico, y por eso estoy obligado a creer irremediablemente y sin escape en el amor. Que por más desilusiones que me haya llevado y me siga llevando y que por más tristes finales que tropiece, siempre habrá una nueva oportunidad para creer, porque como todos, reclamo y espero, mi muy mágico final feliz en el que "Y... vivieron felices para siempre". O sea que el día que deje de creer en el amor, fue tan fugaz, que lo olvidé tan pero tan rápido que al conocer esta ilusión que me está haciendo soñar, volví a creer, porque los que somos más personas, por naturaleza, creemos en el amor verdadero.

Mr Christobal

sábado, 19 de octubre de 2013

Es que no te quiero hacer daño

Es que no te quiero hacer daño


¿No Soy suficiente para ti?

Para mí, una de las formas más sexys de coquetear es el intercambio de miradas profundas y sugestivas que no dicen nada, mientras lo dicen todo. Así empezaron ellos. Miradita por aquí, miradita por allá. Luego miradita con sonrisa tímida y al pasar un par de días, miradita y sonrisita atrevida. Qué divertido! no había pasado nada y ya era emocionante.

Ya que él parecía muy cómodo y complacido con el juego de las miradas, pero ella no, lo abordó. Hablaron de nada, lo que hizo que la situación fuera más interesante aun. Así pasaron algunos días, teniendo profundas e irresistibles conversaciones de nada, hasta que finalmente, el chico la invitó a salir. Ella, que esperaba desde hacía días, no se fue con rodeos y claramente aceptó.

Más lindos, empezaron a salir. Se entendían en chistes, en conversaciones, en coquetería, en besos y en todo lo que una buena pareja se debe entender, pero bueno, ya se sabía; si dos humanos se entienden sólo con mirarse y mirándose se alborotan lo que se debe alborotar, ya es anunciado que se entenderán en lo que hay que entenderse. Todo iba bien, de hecho, todo iba súper bien. De repente la miró y le dijo: "Es que no te quiero hacer daño". Y así, sin más, se perdió.

Me ha pasado, de hecho puedo variar las finales: de un día para otro y así, sin más, se perdió, o  ¿se perdieron? sin decir ni siquiera "te odio". A uno lo volví a ver una vez y vaso le meto una patada voladora, y el otro debí habérmelo inventado todo porque más nunca supe de él. También pasó que había mucha química y el mequetrefe no me besó y otro que me besó pero no me... no me... no me aprovechó.

Diferente mismísima historia. ¿No le quieren hacer daño a uno o no se quieren hacer daño ellos? ¿Cómo diablos saben que nos van a hacer daño? No nos subestimen, nos sabemos cuidar y sepan bien todos, que a los que nos hacen daño también podemos hacer daño. Y que a la mayoría de nosotros ya nos lo hicieron, así que ¿qué más da? ¿qué hay para perder? ¿Un, otro, corazón partido? Ya sabemos que ese -el corazón- se parte, sólo para volver a hacerse de una pieza. Y si nosotros estamos dispuesto a asumirlo, no asuman nada por nosotros. Porque tal vez eso no pase y si sí, pues habrá valido la pena y ya veremos cómo lo sanamos.

Aprendí luego del mismo corazón partido varias veces, (entre esas las desapariciones injustas y cobardes sin explicación que nunca se atrevieron a darme una oportunidad) que cuando a uno le gusta alguien en serio y la atracción es de esas que uno no ve con frecuencia, uno se mete de cabeza. Los 'peros' los diluimos en cada beso. ¿O no?

Si el sapo tiene potencial de príncipe lo beso hasta que se vuelve príncipe y luego ya veremos... Es que especímenes a quienes quiera dejar entrar a mi corazón y a mi cama, no se ven con frecuencia, por eso a ese que por fin apareció, cumple los requisitos y me hace sentir deli, pienso que hay que disfrutarlo y atraparlo, sin pensar qué va a pasar mañana o en cien años porque nada de eso es certero y porque realmente cada día son menos y menos los especímenes que nos ponen a ver estrellitas y corazoncitos. Si es un éxito, aleluya, si es un fracaso, nadie nos quitará los baila'o.

Por lo tanto para mí, esos que no les gusta el compromiso, que los intimidamos, que acaban de salir de una relación, que está en un mal momento, que les da miedo, que "Es que no te quiero hacer daño" y todas las demás que van a decir son sólo alguna engañifa de algún cobarde que no tuvo nada mejor que inventarse. Y los que se desaparecen sin decir nada, pues no tuvieron nada que inventarse. Sencillo: todo esto son traducciones a 'no gustamos lo suficiente'. Pero chicos y chicas, esas excusillas ya no van en este siglo; nosotros, los de los corazones rotos y remendados una y otra vez, preferimos que nos digan la verdad. Así que no maten a los tigres con miraditas y coqueteos, para luego salir corriendo asustado con los besos o con el cuero, literal.

Mr Christobal

miércoles, 16 de octubre de 2013

¿Quién dijo que ser un buen amigo era fácil?

¿Quién dijo que ser un buen amigo era fácil?


Ser un buen amigo no es fácil. Uno logra embarrarla sin querer, o porque a veces uno es muy bruto o la vida le pone demasiadas tentaciones. Pero uno la embarra. Y los amigos, los de verdad, no pueden darse ese lujo. No señores. Los amigos, no tienen por qué carajos embarrarla, ese es trabajo de los amigos asquerosos y amigas brujas que hay por todas partes.

Porque de eso se trata la amistad. De no fallarle a la otra parte. De hacerle la vida más fácil. Feliz. Increíble. Invencible. De darle seguridad. Incondicionalidad. Por eso hay ciertos códigos que jamás se han escrito ni dicho, pero uno sabe que están ahí y son inquebrantables.

Uno sabe que no debe meterse con los amores de los amigos. Y sí, todo el mundo lo sabe, pero cuántos y cuántas no lo hacen. Claro, como uno siempre anda en el mismo círculo, la cosa se hace compleja. Pero no, a ver, aunque no parezca, ya lo sé, hay mucho hombre en el mundo. -Sí, ya sé que están escasos- pero si uno espera un poquito, o bueno, mucho, llega algo.

Pero los amores de los amigos son prohibidos y eso se lo deben meter a uno en la cabeza desde que nace. Sí, hay algunos amores pasajeros que pueden ser negociables. Pero hay amor de amores, esos que tienen en la frente "intocable" y el que intente algo con el Gran Amor, se pone patitas en la calle y más nunca se le puede volver a dejar aplicar al puesto de BFF. Es irrevocable, por qué vuelven y lo hacen. Lo juro. Esos irán siempre intentando alcanzar lo que uno alcanza. Amores, lugares, trabajos. Así que regla de oro, no meterse con ESE amor.

Los amigos se ven obligados a defenderlo a uno con las uñas. Porque no queremos verlos sufrir, faltaba más, o sea. Por eso a uno le duele que se metan con ese pedacito de uno. Así que uno va y los defiende. Y los protege y no los deja hacer estupideces. Y mira mal al tipo y bueno, por eso es que los novios  y novias siempre terminan odiando a esos amigos incondicionales. ¿Pero qué? Los estamos cuidando. El que se mete con ellos se mete con nosotros. Regla de plata, hágase matar por el amigo.

No podemos olvidar. Somos la sensatez. La realidad. Se nos tienen que quedar fresquitos en la mente los errores de los tipos, o de otras viejas. Porque uno sólo olvida y quiere perdonar. Pero como amigos estamos para recordar lo que conviene olvidar. "Si vas a volver con él después que te hizo esto y esto, vuelve, pero te lo va a volver a hacer y aquí no vengas otra vez llorando". Pero ella vuelve, siempre vuelven. Regla de bronca, no olvidar y decir las verdades, duras, bien duras.

Además, como por si fuera poco tener reglas rigurosas por cumplir, los amigos tenemos deberes jartos. Obvio. Los acompañamos a donde no queremos ir. Nos aguantamos noches enteras tocando el violín. Nos calamos los amigos feos y aburridos. Oímos la misma historia ciento cuarenta y seis veces. Los aguantamos de hacer estupideces, quedando como amargados nosotros. Les damos el mismo consejo mil quinientas veces. Leemos sus conversaciones y les decimos qué responder.

Salimos corriendo a la hora que sea si está mal. Nos aguantamos sus tusas. Los esperamos con un abrazo cada vez que pelean y vuelven a nosotros. Le decimos por enésima vez las razones para terminar eso. Pasamos penas por sus borracheras.

Pero también tenemos derechos divertidos. Tenemos entradas VIP e ilimitada a sus closets. Que se peleen por nosotros. Que vean a nuestros ex y le digan lo divinos y exitosos y felices que estamos. Que miren mal al que nos bajó el novio. Que nos cuenten cada segundo de cuando lo vieron. Que nos hagan chistes cuando estamos tristes.

Tienen el deber de hacernos los regalitos que nos gustan. Ir con nosotros a todas partes. Cuidarnos. Supervisarnos. Hacernos seguimiento estemos donde estemos. Celebrar nuestras alegrías. Rezar por nosotros. Darnos like en todas nuestras fotos de Facebook y corazoncitos en Instagram. Creer en nosotros más que uno mismo. Decirnos que estamos divinos.

Prestarnos sus jugueticos. Dejarnos stalkearlos desde sus redes sociales. Querer a los que nos quieren y odiar a los que nos odian. Soñar juntos de cuando seamos viejitos borrachos en un mecedor. Ver un tipo guapo y decirle que es que el amigo lo quiere conocer. Compañía segura para ahogar las penas en el alcohol y los días de soledad. Una llamada segura de "supiste que..."

Es que un buen amigo no es cualquiera, o sea, porque además de que muchos incumplen las reglas de oro, hay miles de millones de derechos y deberes felices ¿Cuáles me faltaron?

Mr Christobal

domingo, 6 de octubre de 2013

Si mi celular hablara

Si mi celular hablara


Si mi celular hablara, mi vida sería más fácil. Me conoce desde hace mucho ya y sabe mis necesidades, lo que me produce rabia, lo que me hace feliz, lo que me pone a soñar y lo que me da inseguridad. Me conoce, sí que me conoce porque me ha visto con sus propias teclas. Me ha visto. Me ha visto la cara de emoción al recibir una llamada. La coquetería con la que hablo y los secretos que guardo.

Me ha visto cogerla directamente con él. Me ha visto querer tirarlo contra una pared. Me ha visto presionar la tecla para finalizar llamadas con rabia, odio y tristeza. Me ha visto la cara de decepción luego de un chat aburrido. Me ha visto decepcionado con un mail que resulta no era del que lo estaba esperando. Me ha visto revisarlo una y otra vez, a ver si todo está bien, la señal, el modo, por qué no llega una llamada o alguna señal. Me ha visto padeciendo las injurias del amor.

Y es que mi celular ha ido y venido conmigo. Me ha visto besando a cada uno de los últimos afortunados que besé. Ha estado desesperado queriéndome sacar corriendo de las camas a las que sin pensarlo me he metido. Me ha visto seducir, ha visto cómo seducen y me ha visto, impotente, camino a alguna estupidez. Me ha visto trasnochado esperando una llamada. Levantarme a media noche a revisar alguna novedad. Me ha visto, me ve.

Si mi celular hablara gritaría. Estoy seguro. Me haría pataleta y no me dejaría hacer esas llamadas que uno no debe hacer, pero que hace. Se bloquearía intencionalmente cuando me ve listo un mail o un mensaje con destinatario prohibido. Se quedaría en silencio para no permitirme oír algunas llamadas que quiero, pero no debo recibir y me siento incapacitado para dejar de contestar. Sería tan audaz que en algunas ocasiones no dejaría, bajo ninguna circunstancia, que algunos mensajes o llamadas entraran siquiera. Todo sería diferente si mi celular hablara.

Al oírme decir alguna estupidez, se quedaría mudo y me regañaría al oído. Me recordaría con evidencias por qué no seguir. Se marcaría sólo a donde alguna amiga y le contaría en las que ando para que me vaya a buscar, del pelo. Se haría el descargado cuando me emborracho. Y llamaría a mis amigos cuando peleamos.

Si mi celular hablara todo sería más fácil ya que me ha visto quererlos y odiarlos. Así que estoy seguro que no me dejaría querer al que voy a odiar. Ni querer al que no puedo querer o al que no me va a querer. Ni ilusionarme con los desilusionados. Ni contestarle a los ocupados. Si mi celular hablara, el temita del amor sería menos complicado y tendría a mi celular como asesor personalizado en amores, y y habría tenido un amor desde el principio de los tiempos. Un amor estable.

No habría andado por aquí y por allá saltando de un amor a otro. Ni quejándome con ustedes una y otra vez por las mismas maricadas. No hubiera tenido un príncipe pero por lo menos, un sapo. O quién quita que mi celular fuera el mejor asesor del mundo y si tuviera mi príncipe. Es que si mi celular hablara sería perfecto porque sería mi fuerza, mi orgullo, mi mejor yo. Y no tendría aventuras de una noche, o dos. No de dos noches, sino de dos en la misma noche. (Río aquí sólo para que mi mamá se escandalice). No duraría horas y horas conversando con mis amigos a ver qué fue lo que se hizo mal, lo que se hizo bien, si era mejor decir esto o lo otro, si era mejor dárselo o no dárselo, si rápido o despacio. Todo lo hablaría con él, o no lo hablaría porque fuera perfecto.

La cosa es que el celular no habla. Y afortunadamente no habla. No me oye. No me ve. No me siente. El celular no habla y por eso puedo pasarme la vida embarrándola una y otra vez. Meditando esto y lo otro. Decepcionándome e ilusionándome. Tropezando piedras de todo tipo; grandes, pequeñas, la misma, la diferente, la igual, la vieja, la nueva, la sucia, la perfecta. El celular no habla y ¡Menos mal no habla! Porque no tendría tantas emociones, tantas derrotas y mi vida sería menos divertida.

Mejor dejemos al celular calladito y queramoslo tal y como es, así sigo disfrutando de mi vida de imperfecciones, de los estúpidos y sensuales amores fracasados, de los constantes corazones rotos, de los dramas inoportunos y de los imposibles. Porque así, cayendo y levantando es que uno aprende la técnica china de cómo caer de pie y ese día, cuando uno domine la técnica, ese día, está preparado para vivir un amor perfecto sin necesidad de un celular, una luz divina, un mensaje extraterrestre, nada que lo oriente, sólo el corazón.

Mr Christobal