No es drama señores, (¿O sí?) es puro sentir
Para M, mi amigo. Porque siempre volverán las razones para creer en el amor y la magia.
Y llegó el momento en donde él ya no sabe si es drama o es sentir. O si es sentir y es drama. O si es un drama con sentido o un sentir dramático. No lo sabe, yo tampoco. Pero lo experimenta de vez en cuando. De esas veces cuando se le cruza un amor. De ese amor que no quiere dejar ir, que siempre lo encuentra real y feliz y profundo. Un amor intenso de sentimientos rotundos, risas inagotables y días que se hacen cortos e insuficientes.
De los que le gustan: inexplicables, determinados, intensos, tan reales y verdaderos como fugaces y obvio, pasajeros. Esos amores que sólo creo que ya no me pasan sólo a mí, sino a él también. Que los vive sorprendido. Que empiezan tan inusual como terminan. Mágicos porque los llena de su propia magia, su propia locura, su propia ilusión y por supuesto, su propia pasión.
Los encuentra tan increíbles, como irreales. Se alimentan de las miradas más puras y dicientes, tanto que las palabras sobran. Son piel, son corazón, son energías, son todo lo que no se toca, ni se ve, sólo se siente. Esos son sus amores. Los que vive, los que lo encuentran desapercibido y se le van igual, cuando está desapercibido.
Y por desapercibido, le duele. Le duele porque se traga el cuento y da por hecho que eran reales y verdaderos, igual que mágicos, igual de él y de nadie más. Y esta vez ocurrió algo sorprendente, salió el guerrero que hay en él, y lo defendió con espadas, lo luchó con su escudo de hojalata que construyó con su primer corazón roto, allá, cuando tenía quién sabe cuántos años o cuatro años menos de eso, lo llenó de ilusión, imaginación, y lo cuidó de la distancia, los monstruos de lo imposible y de los duendes del desamor. Porque era su amor mágico y su amor real, claro, según él.
El que según él cree llegó para quedarse y darle su final feliz. El que creyó que era tan mágico que sólo era comparable con el de los príncipes y esas cosas y por eso el otro se tenía que quedar, un rato, largo, viviéndolo sin miedos y con descaro junto a él, por él, en él.
Pero no. Se fue. Lo diluyó la vida misma, o él mismo y se quedó sin su amor, sin sus amores, sin su final feliz. Y le dolió, porque es como haberlo tenido entre sus manos y que se soltara. Dolió. Dolió porque se vino abajo y fue ahí cuando pensó y dudo sobre si tenía derecho a su final feliz. Que nunca le tocan esas historias que oye del amigo del amigo de un primo o así. Que nunca nadie se va a quedar. Y vino el miedo. El miedo a que todo haya sido mentira. El miedo a que todo haya sido fingido. El miedo a quedarse solo feliz para siempre.
Y llegó el drama. Se fue, maldito, no tendré derecho, era mentira, era perfecto, éramos perfectos, me prometió los corazones de Marte y las ilusiones del mundo. Por qué, por qué y por qué! ¿Mintió? ¿No lo sintió? Y le buscó razón aquí, lógica allá, explicaciones conmigo, excusas en otro amigo. Se sintió morir y volvió la frustración. El drama. El escepticismo al amor y sus maldades.
Y llegaron los sentires. Esa ilusión que se fue cuando tenía potencial. El lamento de un amor desperdiciado. El aburrimiento en el corazón y las ganas de no hablar con nadie y gritar con la rabia que se merece. La cabeza dando vueltas y vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte. Recordando como con el alma esto y lo otro, la sonrisa, el beso, las risas, los abrazos y otra vez los besos apasionados. La rabia embolatada con la tristeza y haciendo fiesta con la desilusión, que se sienten, como un peso que no le da a uno libertad. Un peso, esperando, esperando una luz, viviendo de esa pobre esperanza, desesperanzado esperando donde no hay nada que esperar a que todo resulte, que de la nada apareciera él, vencedor, enamorado y loco. Sentir desesperanzado, frustrado y agotado.
Esas ganas de no conocer a nadie más. De no volver a intentarlo. De encontrar una razón. Son esas ganas de drama que reclaman por su sentir. Son sentires que se merecen un drama. Amores que dejaron sentires y sentires que trajeron drama. Es drama señores, pero también sentires.
Mr Christobal.
El que según él cree llegó para quedarse y darle su final feliz. El que creyó que era tan mágico que sólo era comparable con el de los príncipes y esas cosas y por eso el otro se tenía que quedar, un rato, largo, viviéndolo sin miedos y con descaro junto a él, por él, en él.
Pero no. Se fue. Lo diluyó la vida misma, o él mismo y se quedó sin su amor, sin sus amores, sin su final feliz. Y le dolió, porque es como haberlo tenido entre sus manos y que se soltara. Dolió. Dolió porque se vino abajo y fue ahí cuando pensó y dudo sobre si tenía derecho a su final feliz. Que nunca le tocan esas historias que oye del amigo del amigo de un primo o así. Que nunca nadie se va a quedar. Y vino el miedo. El miedo a que todo haya sido mentira. El miedo a que todo haya sido fingido. El miedo a quedarse solo feliz para siempre.
Y llegó el drama. Se fue, maldito, no tendré derecho, era mentira, era perfecto, éramos perfectos, me prometió los corazones de Marte y las ilusiones del mundo. Por qué, por qué y por qué! ¿Mintió? ¿No lo sintió? Y le buscó razón aquí, lógica allá, explicaciones conmigo, excusas en otro amigo. Se sintió morir y volvió la frustración. El drama. El escepticismo al amor y sus maldades.
Y llegaron los sentires. Esa ilusión que se fue cuando tenía potencial. El lamento de un amor desperdiciado. El aburrimiento en el corazón y las ganas de no hablar con nadie y gritar con la rabia que se merece. La cabeza dando vueltas y vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte. Recordando como con el alma esto y lo otro, la sonrisa, el beso, las risas, los abrazos y otra vez los besos apasionados. La rabia embolatada con la tristeza y haciendo fiesta con la desilusión, que se sienten, como un peso que no le da a uno libertad. Un peso, esperando, esperando una luz, viviendo de esa pobre esperanza, desesperanzado esperando donde no hay nada que esperar a que todo resulte, que de la nada apareciera él, vencedor, enamorado y loco. Sentir desesperanzado, frustrado y agotado.
Esas ganas de no conocer a nadie más. De no volver a intentarlo. De encontrar una razón. Son esas ganas de drama que reclaman por su sentir. Son sentires que se merecen un drama. Amores que dejaron sentires y sentires que trajeron drama. Es drama señores, pero también sentires.
Mr Christobal.
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