jueves, 27 de junio de 2013

¿Existen los príncipes que ella tanto ha soñado?

¿Existen los príncipes que ella tanto ha soñado?

La última vez que tuvo un príncipe  a su lado estaba tan ocupada en pasarla bien que ni se dio cuenta que le estaban tratando como a una princesa y que ese pequeño principito sólo quería rectificarle esa condición que ella tenía escondida. Así que se las arregló para que se fuera de su lado e hizo su mejor esfuerzo para que no la quisiera ver más. Como hasta los príncipes tienen un límite, ella lo logró.

Se fue y volvió, y se fue y volvió a volver, y se volvió a ir para volver a volver y en cada regreso ella se hacía más princesa. Lo esperaba y lo esperaba, más princesa y más rosada. Bueno, así se la pasaron hasta que un buen día, en sus ires y venires, le dijo que ella no valía la pena. Sí, así le dijo. Valiente príncipe. En ese momento él solito se bajó del caballo blanco en el que ella lo tenía; se quitó la capa azul que le había comprado en el Éxito (barata); se le cayó la corona que le había hecho con paciencia y le robó la espada que resultó ser de plático y se la acabó el tiempo. En un minuto dejó de ser el príncipe de sus sueños para convertirse en un sapo pantanero más.

Pero hoy, más princesa todavía, reflexiona y piensa que fue así como en sus desapariciones se pasaba los días siendo princesa; como preparándose para su llegada cada día más romántica, más tierna, más sensible, más sincera, más rosada, y muy, pero muy soñadora. Hasta que aquí va, convirtiéndose en una princesa de cuentos de la vida real. Él se fue diciéndole que no valía la pena cuando en verdad más la valía. La dejó lista para un verdadero príncipe. Aunque piensa que se ilusionó tanto con la existencia de aquel príncipe que tuvo y que fue de ella y que se desvaneció en un segundo que ahora cada día duda de la existencia de esos príncipes. Y piensa 'Ayúdenmde, ¿Existen?

Han pasado desde ese entonces más de 420 días de separación, o más, o menos, porque nadie lo sabe y entre más días, más princesa se hace, y entre más princesa se hace, menos príncipes se hacen. Es una relación inversamente proporcional que no es nada divertida. Y bueno, no debe negar que han aparecido mucho, pero a todos les falta un poco más de blanco o de negro, según la combinación, para encontrar un buen azul, el azul que ella quiere y merece, el azul rey príncipe. De hecho han aparecido algunos demasiado azules que le han hecho pensar que lo que quiere, en medio de todo, es un príncipe que en las noches se vista de lobo feroz, o que no quiere ningún príncipe, o que, en su defecto, ninguno es príncipe y toca resignarse con las simulaciones de príncipes que aparecen.

Pero la verdad recuerda a veces mientras habla conmigo y es sincera. Jura que sí existen. Lo jura porque los ha visto. Los ha tenido muy suyos, hechos príncipes dispuestos a ponerle su corona y tacón, pero en ese momento, en ese instante cuando van a ser las doce, cuando es la protagonista del cuento, cuando la vida la mira y empieza a dibujarse el 'vivieron felices para siempre', el tacón no le entra, no queda, no es su talla. Pero se da cuenta que no era su príncipe, pero que sí hay.

Está jodida la cosa. Pero ha tenido suyos, para ella, más de cuatro príncipes con la talla equivocada de zapatilla. Uno más bajito y muy divertido que fue su primer amor y se fue; uno moreno y de ojos sensibles que le desgarró la vida; otro de ojos blanco, creativo y tímido que sabrá su madre dónde se metió; otro menor e inocente, y otro que ni se animó. Pero los ha visto. Ahí en el reino romántico que se ha inventado hay miles, sólo hay que esperar sin desesperar y sin dejar de creer. Porque llegará, por todas las hadas, corazones y cupidos de su reino que llegará.

Mr Christobal

miércoles, 26 de junio de 2013

No es drama señores, (¿O sí?) es puro sentir

No es drama señores, (¿O sí?) es puro sentir

Para M, mi amigo. Porque siempre volverán las razones para creer en el amor y la magia.

Y llegó el momento en donde él ya no sabe si es drama o es sentir. O si es sentir y es drama. O si es un drama con sentido o un sentir dramático. No lo sabe, yo tampoco. Pero lo experimenta de vez en cuando. De esas veces cuando se le cruza un amor. De ese amor que no quiere dejar ir, que siempre lo encuentra real y feliz y profundo. Un amor intenso de sentimientos rotundos, risas inagotables y días que se hacen cortos e insuficientes.

De los que le gustan: inexplicables, determinados, intensos, tan reales y verdaderos como fugaces y obvio, pasajeros. Esos amores que sólo creo que ya no me pasan sólo a mí, sino a él también. Que los vive sorprendido. Que empiezan tan inusual como terminan. Mágicos porque los llena de su propia magia, su propia locura, su propia ilusión y por supuesto, su propia pasión.

Los encuentra tan increíbles, como irreales. Se alimentan de las miradas más puras y dicientes, tanto que las palabras sobran. Son piel, son corazón, son energías, son todo lo que no se toca, ni se ve, sólo se siente. Esos son sus amores. Los que vive, los que lo encuentran desapercibido y se le van igual, cuando está desapercibido.

Y por desapercibido, le duele. Le duele porque se traga el cuento y da por hecho que eran reales y verdaderos, igual que mágicos, igual de él y de nadie más. Y esta vez ocurrió algo sorprendente, salió el guerrero que hay en él, y lo defendió con espadas, lo luchó con su escudo de hojalata que construyó con su primer corazón roto, allá, cuando tenía quién sabe cuántos años o cuatro años menos de eso, lo llenó de ilusión, imaginación, y lo cuidó de la distancia, los monstruos de lo imposible y de los duendes del desamor. Porque era su amor mágico y su amor real, claro, según él.

El que según él cree llegó para quedarse y darle su final feliz. El que creyó que era tan mágico que sólo era comparable con el de los príncipes y esas cosas y por eso el otro se tenía que quedar, un rato, largo, viviéndolo sin miedos y con descaro junto a él, por él, en él.

Pero no. Se fue. Lo diluyó la vida misma, o él mismo y se quedó sin su amor, sin sus amores, sin su final feliz. Y le dolió, porque es como haberlo tenido entre sus manos y que se soltara. Dolió. Dolió porque se vino abajo y fue ahí cuando pensó y dudo sobre si tenía derecho a su final feliz. Que nunca le tocan esas historias que oye del amigo del amigo de un primo o así. Que nunca nadie se va a quedar. Y vino el miedo. El miedo a que todo haya sido mentira. El miedo a que todo haya sido fingido. El miedo a quedarse solo feliz para siempre.

Y llegó el drama. Se fue, maldito, no tendré derecho, era mentira, era perfecto, éramos perfectos, me prometió los corazones de Marte y las ilusiones del mundo. Por qué, por qué y por qué! ¿Mintió? ¿No lo sintió? Y le buscó razón aquí, lógica allá, explicaciones conmigo, excusas en otro amigo. Se sintió morir y volvió la frustración. El drama. El escepticismo al amor y sus maldades.

Y llegaron los sentires. Esa ilusión que se fue cuando tenía potencial. El lamento de un amor desperdiciado. El aburrimiento en el corazón y las ganas de no hablar con nadie y gritar con la rabia que se merece. La cabeza dando vueltas y vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte. Recordando como con el alma esto y lo otro, la sonrisa, el beso, las risas, los abrazos y otra vez los besos apasionados. La rabia embolatada con la tristeza y haciendo fiesta con la desilusión, que se sienten, como un peso que no le da a uno libertad. Un peso, esperando, esperando una luz, viviendo de esa pobre esperanza, desesperanzado esperando donde no hay nada que esperar a que todo resulte, que de la nada apareciera él, vencedor, enamorado y loco. Sentir desesperanzado, frustrado y agotado.

Esas ganas de no conocer a nadie más. De no volver a intentarlo. De encontrar una razón. Son esas ganas de drama que reclaman por su sentir. Son sentires que se merecen un drama. Amores que dejaron sentires y sentires que trajeron drama. Es drama señores, pero también sentires.

Mr Christobal.

lunes, 24 de junio de 2013

El amor es un hecho de la vida real

El amor es un hecho de la vida real



Pues no es que lleve todo este tiempo sin creer en el amor. Faltaba más. No soy así de iluso ni fantasioso. Aunque sí me lo había negado, es real que se necesita ser demasiado optimista como para no creer en él. A cuenta de qué uno va a salir invicto de esta vida sin sentir lo bonito o lo gonorrea del amor (perdón mamá, pero es la palabra que mejor describe una tusa). Já, ya quisieran.

No señores y señoras, de esta vida no salimos ilesos de momentos de destilar corazoncitos rosados y de situaciones de dolor en lugares que no se pueden tocar. De aquí nadie sale vivo sin perder la cabeza, la lógica y hasta la dignidad por alguien. Aquí a todos nos toca subir como palmeras enamoradas y también sí o sí, a toditos nos corresponde caer como cocos secos y podridos así sea una vez en la vida.

Porque al amor, a ese, lo hemos visto todos, con los ojos del alma y lo hemos tocado, todos también, con la mirada brillante. Nos ha vivido dentro sin que lo controlemos y lo hemos reflejado con la sonrisa del alma. Nos ha acariciado con la yema de los dedos el corazón y con la firmeza de la indiferencia nos ha partido en mil pedazos.

Así que decir que no se cree en el amor es de las cosas más inocentes que alguien pueda decir. Y yo, fiel enamorado desenamorado del amor, no tengo pero ni un pelo de inocente. Por el contrario, creo plenamente en el amor. En sus estragos y en sus bondades. En sus satisfacciones y en sus asesinatos en vida. Yo creo en el amor. Todos creemos en él porque los que dicen no creer no son más que víctimas irreversibles del mismo. 

El amor es una realidad. Bonita o no tan bonita. Pero una realidad. Una verdad que prefiero decir que es bonita aun si no lo hubiese sentido en las fibras de mi cuerpo, en los ventrículos de mi corazón, en el brillo en los ojos y en el romanticismo de mis actos desde hacía ya varios años, 2 o 3 o más, pero una cifra absurda, igual.

Existe porque en todo este tiempo de mí, sí se han enamorado. Vive entre nosotros porque he visto con los ojitos de mi corazón historias tan verdaderas que parecen irreales. Es una realidad porque inspira las mejores películas y los mejores libros, y canciones y poemas. Está vivito y coleando y más le vale, porque si no, de qué rayos escribiría?.

Es un hecho, lo sé, porque me está tocando la puerta y lo estoy dejando entrar. De a poquitos, pero lo estoy dejando entrar, no más para comprobar que existe, que es mi turno, para darles mi testimonio y para comprobar si es más lo bueno que lo que duele y pues nada, a ver si vale la pena.

Seguro que sí.

Mr Christobal.

martes, 11 de junio de 2013

La hoja en blanco es yo lleno de miedo

La hoja en blanco es yo lleno de miedo


Pocas veces me pasa que veo la hoja en blanco y no sé cómo rellenarla. Hoy es un día de esos. De esos que siento que todo está dicho. O de esos días que digo que todo está dicho para no aceptar que me hace falta fuerza para reconocer que aquí dentro hay algo mal. La verdad es que mi hoja en blanco no es más que mi capricho de no admitir que por estos días estoy lleno de miedos. Y como escribir es mirar para adentro, con transparencia, objetividad y mucha valentía, la hoja permanece en blanco. Pero yo hoy, hoy no la puedo llenar. Porque tengo miedo. Sí, yo, señorito valentía. Yo, el que nunca cree en imposibles. El que cree en él y más aun en su alegría. Él, el sin miedos, tiene miedo. Tiene miedo de no lograr esos imposibles que por más imposibles que parecieran para él siempre fueron posibles. Tiene miedo de perder su alegría y no ser la alegría de nadie. Tiene miedos. Tengo miedos. Varios. Por eso la hoja en blanco es el reflejo del susto en el corazón, la mente bloqueada, la ansiedad en el alma y el miedo de mí mismo.

Mr Christobal.