Tuve que
A uno le toca pasar por muchas cosas para aprender. Y uno aprende. Afortunadamente uno aprende. Yo por mi parte he tenido que caerme, rasparme, levantarme, dar pasos, tropezar, darme más duro, volver a levantarme y así... una y otra vez. Especialista en caídas, extremas, tropezones, aterrizadas sin piedad, con razón y sin razones, caídas al fin y al cabo y dolorosas siempre.
Tuve que querer a alguien que nunca me quiso por mucho tiempo y con todo mi corazón y tropezarlo y tropezármelo y seguir tropezándomelo y tener la certeza que seguiré tropezándolo casi casi que para siempre y sentir en cada tropiezo que me lastimo una de las cicatrices más grandes de mi vida. También tuve que ver a alguien que me quiso sinceramente y yo, nunca lo quise y obviamente tuve una relación en la que los dos nos queríamos pero la inmadurez nos ganó.
Tuve que pasar por el típico chico que no hay que querer y tuve que ser alguna vez, el típico chico que no hay que querer. Tuve que doler y tuve que sentir como me han dolido. Tuve que resignarme a que en algunos nunca voy a doler mientras que a otros les voy a doler por siempre. He sido el bueno y el malo. He sido frío con los que tenía que ser dulce y aun peor, he sido dulce con los que tenía que ser frío.
He besado borracho sin arrepentimientos y me he visto envuelto en besos sobrios que me reclaman en cada golpe de pecho. He tenido que pedirle auxilio una y otra vez para darme cuenta que siempre, aunque no está, está. Así como también he añorado que esté él, el que nunca ha estado. Me he enamorado de momentos, perdidamente, y me he desenamorado en segundos.
Tuve un amor virtual que se convirtió en real pero que nunca traspasó lo irreal. Tuve amores que sólo fueron sexo y sexo que en el fondo sólo eran amores. Me tocó uno o unos amores que nunca tuvieron la fuerza para luchar por mí y otros que lucharon demasiado y ya por eso, no me tocó luchar a mí y me aburrí. Me ha tocado verme como dios irreal e inalcanzable en algunos ojos, mientras que en otros nunca logré siquiera verme.
He pateado corazones y al mío le han disparado. He sido el hombre patético detrás de otro pendejo. También tengo un par de hombres patéticos que decidí olvidar. También tengo exactamente un par de amores pasados que por mutuo acuerdo, sin nunca decirlo, decidimos jugar al olvido de los desconocidos y ellos siempre irán ganando, aysh. Tengo en mi historia, el triste cuento del príncipe que dejaron por otro y la sensación de que nunca he dejado a nadie (por lo menos no en serio). Alguna vez me di cuenta que tenía que ser muy yo para que me quisieran y así me han querido, pero también tuve que, por mucho tiempo, dejar de ser yo para que me amaran y aunque parecía funcionar, nunca funcionó.
Tuve la necesidad de tener un novio, el que fuera, así como ahora tengo la necesidad de estar solo únicamente para cuidarme, hasta que encuentra el novio que es. Tuve que llamar borracho a reclamar amor, así como tuve que hacerme el que nunca quiso llamar cuando en serio necesitaba reclamar desamor. He escrito mails, notas, cartas, mensajes de texto, entradas al blog y he recibido respuestas amables, amorosas y otras llenas de silencio. He sido correspondido, he querido ser correspondido, he exigido ser correspondido y por supuesto, he sido el que nunca fue correspondido. He sido el exnovio que nunca olvidaron y que aun es el fantasma del novio actual, el exnovio que nunca fue novio, el amorío secreto que dolía y también el que nunca dolió.
He tenido amores, tantos que no los recuerdo a todos, pero amores por los que tuve que pasar para darme cuenta que a estas alturas de la vida es muy ambicioso saber lo que quiero, pero gracias a todos ellos tengo la leve sospecha de más o menos qué y cómo quiero al amor de mi vida. Y lo más importante, lo que más me han enseñado todos los tropiezos es tener la romántica certeza de saber qué y cómo es lo que NO quiero para el amor de mi vida, que debe existir, en algún lugar y en algún momento y ya lo quiero, y ya lo deseo, y ya lo celo, y ya lo amo y ya es mío aunque no nos conozcamos, díganle.
Así que las cicatrices sirven porque con ellas uno empieza a dibujarse el alma y a delinearse el futuro.
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