lunes, 25 de febrero de 2013

Difícil pero no imposible

Difícil pero no imposible


Si uno sabe lo que quiere, va por eso. Lo visualiza. Se lo imagina. Lo cuida. Lo lucha. Y hasta lo puede oler. Lo abraza y se lo susurra a la luna. Lo escribe y deja que el viento lo lea. Se lo muestra al mar, para que con su inmensidad se una a la causa. Y cada noche, por supuesto, se lo pide al cielo y se lo recuerda para que no se le olvide.
Y como uno lo tiene claro, el Universo empieza a acercarte a ello. Despacito, con pruebas y sin afán. Pero como ya uno sabe exactamente cómo es ese algo, un algo diferente o que no cumpla los requisitos importantes, pues no sirve. Nada, de nada.
Eso pasa con todos los aspectos de la vida. Con un trabajo. Un sueño. Un deseo y por supuesto, un amor. Así que esta vez he venido a definir, mi amor, el mío sólo para mí. Ese que yo encontraré perfecto y nadie más. Mi ideal. Mío, mío de mi propiedad. El que yo quiero y cómo lo quiero. El que tendrá defectos que yo sabré manejar y virtudes que otros no verán y para mí serán lo máximo de lo máximo. Hay que tenerlo claro para que no se me olvide y me vaya quién sabe con qué bobo.
Porque el mío ante todo, no puede ser bobo. Tiene que tener una mente brillante que me deje derretido cada vez que hable. Tiene que hacerme reír con un humor sarcástico, inapropiado y audaz. Definitivamente todo él tiene que ser creativo. Desde la forma de conquistarme, amarme, sorprenderme, hacerme el amor, darme sorpresitas hasta lograr mantenerme interesado.
Espero que le guste leer, mucho. Y escribir, más. El chocolate y sobre todo, el chocorramo. Que le enloquezca viajar y tenga el alma libre. Que hable inglés y que haya vivido en más lugares que yo. Que no sea una nena de esos que se asustan con una cucaracha o separan la verdurita del plato o se quejan todo el tiempo del frío, o del calor, o de la arena o del sol.
Que no sea abogado, ni ingeniero, ni economista ni esas cosas de gente seria. Que no sea miedoso y me transmita seguridad. Que tenga mirada feliz. Que me deje pasar primero por las puertas. Que no sea tacaño. Que su lado artístico esté bastante desarrollado. Que si no baila bien, que por lo menos, no me dé risa o vergüenza cuando lo hace.
Que sea trabajador, pero sobre todo emprendedor y con ganas de más. Que sea social y disfrute de la gente y la gente lo quiera. Que tenga una gran pasión y la defienda. Que tenga un grupo de amigos genial y una familia maravillosa, como mía. Que haga reír a mis amigos y ellos lo consideren su amigo.

Que sea sexual. Que no sea borracho, ni tenga ninguna clase de vicio. Que sea soñador. Que sea fiel. Que ya haya hecho y deshecho y esté aburrido de tanta cosa. Que me patrocine e incentive mi locura. Que sea del tipo útil que arregla el bombillo que se dañó, el televisor que se quemó, el blog que se me descuadró, mis cuentas que perdí y la nevera de la abuela que no enfría. Que no le interesen las redes sociales. Que tenga el corazón sanito, sanito.


Que tenga barbita, sea cejón, altico y con un tatuaje. Que sus defectos sean lidiables. Que se ría de mí, de él y de la vida. Que sepa nadar y montar bicicleta. Que no sea prejuicioso y tenga la mente abierta. Que se vista bien y sea coqueto con eso, pero no demasiado ni más que yo. Que haya perdido y ganado en el amor. Que crea en el amor.


Que sea agradecido. Que sea feliz. Que sea tierno, romántico y cariñoso en sus justas proporciones. Espontáneo. Entrón. Interesante. Masculino. Hablador. Divertido hasta el infinito. Que respete la libertad. Echao pa'lante. Que sepa tener todas estas, ser humilde, conquistarme y quererme bonito.


Ya sé que está difícil, pero es lo que quiero yo y sólo yo. Y a mí me gustan las cosas difíciles. Y sé mejor que nadie que hombre perfecto no hay. Pero sí perfecto para mí. En fin, es una invitación abierta para que hagan sus listas, aquí, conmigo, y así, comparemos, reflexionemos, los esperemos y estemos locos. Pero locos juntos. ¡Cuenten!


Christ.

martes, 19 de febrero de 2013

Contando miedos

Contando miedos


Soy hombre de pocos miedos. No le tengo miedo ni a la oscuridad, ni a las culebras, ni mucho menos a reír con carcajadas escandalosas que exponen la alegría de mi alma y la poca vergüenza de mi autenticidad.

No le temo ni a las cucarachas ni a las alturas. Ni mucho menos a salirme de lo que la sociedad exige. No me da miedo decir las incoherencias que pienso y hacer lo que me hace feliz. Tampoco le tengo miedo a dejar que se me empape de vida el alma mientras llueve. Ni a no ser yo algunas veces y a ser demasiado yo, casi siempre.

No me preocupan los ratones ni los aviones ni la velocidad. Le perdí el miedo a fracasar porque me dí cuenta que uno se levanta con ganas de más y mejor, pero el miedo a no llegar lejos, muy lejos, demasiado lejos, me aqueja con frecuencia. Le había perdido el miedo a hacer mejor las cosas aun si eso es dejar a un lado la sabrosura de portarse mal, y ese miedo, por ejemplo, estoy por recuperarlo.

Aunque con el tiempo he vencido otros. Se me quitó el miedo a llorar y dejar que las lágrimas mostraran mi vulnerabilidad. Le perdí el miedo al olvido. A que él me olvidara y a que ella se alejara. Dejé de angustiarme por el miedo a que la propia vida a veces me olvide, incluso ya no me quita el sueño tampoco, el olvido de mí mismo.

No me trasnocha el hecho de tenerme que esconder, me acepto con todo y mis contradicciones y mis contradicciones se aceptan las unas a las otras. Por eso perdí el miedo a dejar ir a las personas que no aceptan mi vida, porque me siento cómodo en mi propia piel.

Y definitivamente le perdí, y no sé cómo, el miedo a aferrarme a imposibles. A ser conmovedoramente cursi y a veces demasiado romántico, incluso si por estas épocas modernas serlo esté mal visto. Le perdí el temor a la hoja en blanco y a llenarla con mis flaquezas. A hacer estupideces, porque aprendí a hacerlas con gracia. Ya no le tengo miedo a no caerle bien a todos. Ni a la muerte, bueno sí. Aunque mucho más a vivir la vida muriendo de a poquitos, como muchos, como sin vida.

Estoy tratando de tenerle miedo a los abismos de tantas historias breves porque empiezo a tener una tímida certeza que en algún momento la historia será eterna. Estoy tratando, sí, también, a tenerle más miedo a ser amante que a ser víctima del amor, pero me cuesta, me cuesta el alma, pero lo intento, lo intento en serio.

Pero hay otros miedos que no he logrado vencer. Sino que han evolucionado. El pavor a no encontrar un amor que me desvele cada noche por la eterna necesidad de hacerse mío. O alguien que me robe la vida. El amor que no se canse de besarme la boca y las cicatrices y las esperanzas.

Además con el tiempo he desarrollado otros miedos. Comos el de la vejez, no propia, pero sí la de mis viejos, por ejemplo. O la paranoia que la vida insiste en irse cada vez más rápido y no saber aprovecharla. El miedo que se me acaben las letras y el miedo a tanta realidad. El pánico a no lograr cumplir lo que quiero llegar a ser y a dejar de soñar mis sueños.

Soy un hombre de pocos miedos, bueno, no tan pocos, pero los que tengo están bien fundamentados. Como que él -MI gran él- nunca aparezca. O que yo y mis miedos los aleje a todos. Pero existe la ambigüedad de no tenerle miedo, nunca, jamás, al miedo de tener mi linda historia con un lindo comienzo, una trama envidiable y un final sin final.

Y es que lo bueno de aceptar los miedos es que los detecto y lo mejor es que al aceptarlos no los dejo mermar mis sueños. Porque es que juro que es normal tener miedo, tenerle miedo a uno mismo. Al futuro. Al amor. A la amistad. A la comida. A los comienzos. A los finales. Al mismo miedo y a tener miedo de tener miedo.

Lo bonito del miedo es que viene con un mini vértigo en el estómago que nos recuerda que uno está vivo. Lo malo es que nos llena de prudencia innecesaria. Y lo real, es que es inclusive, más real que yo, es que se hizo para que con mis ilusiones lo venciera.

Christ Grajales.

lunes, 11 de febrero de 2013

Tuve que


Tuve que



A uno le toca pasar por muchas cosas para aprender. Y uno aprende. Afortunadamente uno aprende. Yo por mi parte he tenido que caerme, rasparme, levantarme, dar pasos, tropezar, darme más duro, volver a levantarme y así... una y otra vez. Especialista en caídas, extremas, tropezones, aterrizadas sin piedad, con razón y sin razones, caídas al fin y al cabo y dolorosas siempre.
Tuve que querer a alguien que nunca me quiso por mucho tiempo y con todo mi corazón y tropezarlo y tropezármelo y seguir tropezándomelo y tener la certeza que seguiré tropezándolo casi casi que para siempre y sentir en cada tropiezo que me lastimo una de las cicatrices más grandes de mi vida. También tuve que ver a alguien que me quiso sinceramente y yo, nunca lo quise y obviamente tuve una relación en la que los dos nos queríamos pero la inmadurez nos ganó.
Tuve que pasar por el típico chico que no hay que querer y tuve que ser alguna vez, el típico chico que no hay que querer. Tuve que doler y tuve que sentir como me han dolido. Tuve que resignarme a que en algunos nunca voy a doler mientras que a otros les voy a doler por siempre. He sido el bueno y el malo. He sido frío con los que tenía que ser dulce y aun peor, he sido dulce con los que tenía que ser frío.
He besado borracho sin arrepentimientos y me he visto envuelto en besos sobrios que me reclaman en cada golpe de pecho. He tenido que pedirle auxilio una y otra vez para darme cuenta que siempre, aunque no está, está. Así como también he añorado que esté él, el que nunca ha estado. Me he enamorado de momentos, perdidamente, y me he desenamorado en segundos.
Tuve un amor virtual que se convirtió en real pero que nunca traspasó lo irreal. Tuve amores que sólo fueron sexo y sexo que en el fondo sólo eran amores. Me tocó uno o unos amores que nunca tuvieron la fuerza para luchar por mí y otros que lucharon demasiado y ya por eso, no me tocó luchar a mí y me aburrí. Me ha tocado verme como dios irreal e inalcanzable en algunos ojos, mientras que en otros nunca logré siquiera verme.
He pateado corazones y al mío le han disparado. He sido el hombre patético detrás de otro pendejo. También tengo un par de hombres patéticos que decidí olvidar. También tengo exactamente un par de amores pasados que por mutuo acuerdo, sin nunca decirlo, decidimos jugar al olvido de los desconocidos y ellos siempre irán ganando, aysh. Tengo en mi historia, el triste cuento del príncipe que dejaron por otro y la sensación de que nunca he dejado a nadie (por lo menos no en serio). Alguna vez me di cuenta que tenía que ser muy yo para que me quisieran y así me han querido, pero también tuve que, por mucho tiempo, dejar de ser yo para que me amaran y aunque parecía funcionar, nunca funcionó.
Tuve la necesidad de tener un novio, el que fuera, así como ahora tengo la necesidad de estar solo únicamente para cuidarme, hasta que encuentra el novio que es. Tuve que llamar borracho a reclamar amor, así como tuve que hacerme el que nunca quiso llamar cuando en serio necesitaba reclamar desamor. He escrito mails, notas, cartas, mensajes de texto, entradas al blog y he recibido respuestas amables, amorosas y otras llenas de silencio. He sido correspondido, he querido ser correspondido, he exigido ser correspondido y por supuesto, he sido el que nunca fue correspondido. He sido el exnovio que nunca olvidaron y que aun es el fantasma del novio actual, el exnovio que nunca fue novio, el amorío secreto que dolía y también el que nunca dolió.
He tenido amores, tantos que no los recuerdo a todos, pero amores por los que tuve que pasar para darme cuenta que a estas alturas de la vida es muy ambicioso saber lo que quiero, pero gracias a todos ellos tengo la leve sospecha de más o menos qué y cómo quiero al amor de mi vida. Y lo más importante, lo que más me han enseñado todos los tropiezos es tener la romántica certeza de saber qué y cómo es lo que NO quiero para el amor de mi vida, que debe existir, en algún lugar y en algún momento y ya lo quiero, y ya lo deseo, y ya lo celo, y ya lo amo y ya es mío aunque no nos conozcamos, díganle.
Así que las cicatrices sirven porque con ellas uno empieza a dibujarse el alma y a delinearse el futuro.

sábado, 9 de febrero de 2013

Lo sé todo, sí que lo sé. Tanto que no sé nada

Lo sé todo, sí que lo sé. Tanto que no sé nada

"Algún día, alguien entrará en tu vida, y hará que te des cuenta porque nunca funcionó con ningún otro"

Lo sé todo, si que lo sé. Sé cómo mirar, cómo caminar y sobre todo, sé cómo reír para coquetear. Sé cómo bailar, sé como ser indiferente, sé cuando tirar y cuando aflojar. Sé lo que hay que decir y lo que hay que omitir, sé cuándo ser lanzado y cuándo no y por supuesto que aprendí con quién serlo y con quién no. Sé mis defectos y mis fortalezas, así que sé lo que debo resaltar para disimular lo que también ya sé. Sé hasta cuándo coquetear y sé perfectamente cuándo dejar de hacerlo. Lo sé todo.

O tal vez, alguna vez lo supe, ahora todo esto lo tengo interiorizado que no me toca hacer nada y todo fluye por sí sólo al punto que la mayoría de las veces claramente (sólo para mí) no estoy coqueteando y todos creen que sí.
Así que, aparte de saber todo acerca de cómo, cuándo, a quién y dónde coquetear, tengo la libertad, las agallas y la osadía para hacerlo. Algunos creen que mi risa es propia de lo coqueto tratando de hacerlos sentir chistosos, y no amigos, en serio me río así. Otros creen que  mi baile es típico de un man que busca levante y no gente, no hay nada en el mundo que disfrute más (aparte de escribir) que bailar en las fiestas. Otros, piensan que porque les digo que tienen unos lindos ojos me los estoy ganando y bueno, ni si quiera en lo más mínimo es así, no todos tenemos lindos ojos y lo lindo me gusta resaltarlo.

En serio lo sé todo. Y bueno, no puedo decir que haya sido un proceso empírico que aprendí como por ósmosis, todo lo contrario. He sido noviero y con otros me he dado duro y otros pocos se han dado duro conmigo. Unos me besaron y a otros yo besé. Deben haber algunos que sueñen con besarme y sé de otros que por más que intente, no querrán besarme. Sé que hay un par que recordarán por siempre mis besos y otros que ni se acordarán de mí. Hay de todo, unos que me querían y otros que nunca me quisieron. Unos demasiado fáciles y otros que me quedaron imposibles. Pero sobre todo, toda clase de historias, tristes y felices, y personajes posibles e inalcanzables que me han hecho aprender.

Así que todo lo sé porque lo he vivido y me siento capacitado hoy en día para acompañar al que quiera en un proceso de conquista, que por cierto, lo he hecho varias veces con amigas y amigos: Qué decir, qué escribir, cuándo salir, cuándo invitar, cuándo hacerse rogar.

Pero cuando llega alguien que me gusta alguien que me gusta de verdad, de purita verdad, (cosa que no pasa con frecuencia) todo lo que sé, todo lo que he aprendido, todo lo que aconsejo, todo se lo lleva mi misma ilusión y ahí es cuando me doy cuenta, que no sé nada.

Y ahí me quedo: Cohibido sin coquetear, torpe al hablar y al actuar, dejándome llevar por los impulsos y la ansiedad que produce que por fin alguien me guste. Así que ahí voy, haciendo todo lo que SÉ que no hay que hacer; llamo, busco, digo que sí, la pongo fácil, no confundo, no espero, no entiendo... y ahí me quedo, con las manos vacías por haberlo echado, nuevamente, todo a perder porque realmente por más que sepa, no sé nada. Y otra vez mí mismo con rabia con el amor, y la inconformidad. Pero sobre todo, otra vez el coqueteo, la rectificación de lo que no se debe hacer y la práctica con otros, para intentar que algún día cuando llegue otro de esos pocos que me gusta, mis impulsos y mi ilusión se calmen y me dejen poner en práctica todo lo que supuestamente sé para que finalmente él, se quede. Porque realmente lo sé todo, si que lo sé. Tanto, que no sé nada.

Christ Grajales.