Extrañar es el costo que tienen los buenos momentos
Al abrir los ojos esta mañana, después de la conversación cruda de ayer, aunque ya hace casi dos meses hubiéramos terminado, cayó sobre mi pecho, alma y corazón, el peso de tu despedida. Qué sensación más rara, pensé. El vacío me hacía sentir que algo pesaba tanto, que no me permitía respirar ni moverme con ligereza. Agarré el iPad con la noble esperanza de que fuera muy tarde y así no tener todo el día por delante para sentir lo que estaba sintiendo. Pero eran las seis de la mañana. El día y el malestar emocional apenas se abrían en mí.
Rectifiqué y todavía no me habías escrito con todas las formalidades, agradecimiento y parafernalias de lo que se suelta con amor. Ya escribirá, pensé, ojalá no lo haga, no es necesario, pero lo hará. Si bien todo el tiempo tuve conciencia de nuestra carrera contra el reloj, de nuestra fecha de vencimiento y de la poca amable sensación de pérdida que se me vendría encima (más que de ganancia por todo lo que vivimos) y estaba esperando el momento de volver cada uno a su camino, nunca imaginar es tan real como sentir.
Le escribí a mi hermano y le informé que no estaba triste pero tampoco estaba feliz. Sólo estaba siendo víctima de un peso mayor que yo en el pecho. Me propuse a salir, aunque no tenía ganas de nada, para ver si el esfuerzo y el movimiento hacían más liviano ese peso en el pecho. Justo cuando llegué, escribiste. Gran güevonada, me dije. Los dos somos conscientes de lo que vivimos y sentimos, dar las gracias y ponerle un final a lo que ya habíamos dado por finalizado estaba de más. Sin embargo, con el ánimo embolatado y con la plena certeza de haber ganado más de lo que estaba perdiendo, te respondí y te solté con amor, como nunca, jamás de los jamases en mi vida, había soltado algo, ni un lugar, ni una persona, ni una situación. Sin ego, sin rabia, naturalmente con ganas de más, con preguntas, con desesperanza, pero con transparencia y con el corazón.
Te respondí: "Juan, gracias a ti. Fui descaradamente feliz. Despertaste emociones que no sabía que tenía. Me arrastraste a ser como no sabía que era. Me desafiaste la mente y el corazón. Mientras te mostraba mi vida, tú me mostrabas cosas en mí al mismo tiempo que me di permiso de abrazarme a todo eso que me gustó de ti y me enamoró. Sé que te va a ir excelente en todo. Y desde donde esté, siempre estaré pendiente y muy orgulloso de ti". Formalidades, porque lo que fue, fue mucho más dulce y alucinante que este mensaje corporativo.
Respondiste, pero cualquier cosa que viniera estaba de más, así que te mandé un abrazo y te dejé ir. Insististe con un chiste, pero ya te había soltado. No era necesario decir más, sentiste lo que sentí y sentí lo que sentiste. Fin.
Esto nunca me había pasado, pienso ahora. Pero nada de lo que pasó contigo me había pasado. Soltar con amor por lo menos no. Dejarme sentir como sentí, de pronto por allá cuando tenía como 15 años cuando Feli apareció en mi vida. Pero no estoy seguro, eso fue hace tanto que lo olvidé ya.
Hace un sol increíble hoy en Medellín, pero aun así el día está gris. Y he tratado de todas las formas de sonreír por lo que fue, pero mi mente romántica fantasea con que necesites desafiar el tiempo y la distancia por mí. Que lo quieras intentar por mí. Sentir que fue tan mágico y soy tan espectacular y diferente a todos los demás para ti que vale la pena intentar ver qué. Pero yo sé que es más que emociones y no se trata de mí, sino de la situación. Pero ya lo descubriste, soy un romántico de mierda y siempre quiero que el amor deshaga los imposibles.
Así que me hablo, me digo que fueron tres años increíbles. Que gané. Que por más que hoy sienta que perdí (a ti y a lo que fui contigo y sentí por ti), gané. Gané en confianza al amor. Gané en saberme y dejarme ser un mar de ternura. Gané en darme permiso de sentir. Gané al abrir, de par en par, mi corazón. Gané al seguir sintiendo y regalándote sentimientos muy a pesar de mi miedo. Gané al saber que fueron tres años y duele que se acabaran, pero continuaré sabiendo que fueron los tres años más apasionantes. Gané al dejarme abrazar por tu alma. Gané al creerte que te parecía espectacular y único. Gané al creerte. Gané al enfrentarme. Gané al ganarle a mi miedo, a mis inseguridades y a los conceptos errados que tenía de mí mismo. Gané teniéndote a ti. Gané dejando que me tuvieras a mí tal cual soy.
He estado con manes entregando poquitos de mí y con mucha reserva y celo. Donde me paraliza el miedo a que se fueran o a que se quedaran. Donde me mostré frío y fuerte. Donde no me dejé conocer porque no fluía esperando siempre un final prematuro. Donde siempre estuve a la defensiva y sobre todo incrédulo de ellos, de sus sentimientos, de sus piropos, de sus palabras (es más fácil no creer). Hoy, gracias a ti, descubrí que no me entregaba, y que todos ellos fueron pasos en falso que me acercaron a ti para que me trajeras a este momento de mí mismo.
Así que sí, gané. Sobre todo porque el día siguiente que te conocí y con tu sonrisa aventurera y soñadora, con tus ojos chiquitos tan lindos mirándome fijamente retando mis siempre esquivos sentimientos y con tus palabras siempre bien medidas, sensualmente moduladas y ridículamente maduras, me dijiste que te gustaba y que, pretendías salir conmigo los próximos miles de años de nuestras vidas, a lo que yo, con mi particular forma de lanzarme a cualquier aventura ligera y superficial de amor pero pocas veces seria y trascendental respondí: yo no salgo con nadie por más de cinco días.
Y ya ves, fueron los que fueron, los que finalmente se dieron, tres años reales e intensos, descarados y vivos, cómplices y arrolladores. Fueron exactamente los que tenían que ser mientras día a día asumía el costo de los buenos momentos que tuvimos: extrañarte hoy.
Mr Christobal.
Así que me hablo, me digo que fueron tres años increíbles. Que gané. Que por más que hoy sienta que perdí (a ti y a lo que fui contigo y sentí por ti), gané. Gané en confianza al amor. Gané en saberme y dejarme ser un mar de ternura. Gané en darme permiso de sentir. Gané al abrir, de par en par, mi corazón. Gané al seguir sintiendo y regalándote sentimientos muy a pesar de mi miedo. Gané al saber que fueron tres años y duele que se acabaran, pero continuaré sabiendo que fueron los tres años más apasionantes. Gané al dejarme abrazar por tu alma. Gané al creerte que te parecía espectacular y único. Gané al creerte. Gané al enfrentarme. Gané al ganarle a mi miedo, a mis inseguridades y a los conceptos errados que tenía de mí mismo. Gané teniéndote a ti. Gané dejando que me tuvieras a mí tal cual soy.
He estado con manes entregando poquitos de mí y con mucha reserva y celo. Donde me paraliza el miedo a que se fueran o a que se quedaran. Donde me mostré frío y fuerte. Donde no me dejé conocer porque no fluía esperando siempre un final prematuro. Donde siempre estuve a la defensiva y sobre todo incrédulo de ellos, de sus sentimientos, de sus piropos, de sus palabras (es más fácil no creer). Hoy, gracias a ti, descubrí que no me entregaba, y que todos ellos fueron pasos en falso que me acercaron a ti para que me trajeras a este momento de mí mismo.
Así que sí, gané. Sobre todo porque el día siguiente que te conocí y con tu sonrisa aventurera y soñadora, con tus ojos chiquitos tan lindos mirándome fijamente retando mis siempre esquivos sentimientos y con tus palabras siempre bien medidas, sensualmente moduladas y ridículamente maduras, me dijiste que te gustaba y que, pretendías salir conmigo los próximos miles de años de nuestras vidas, a lo que yo, con mi particular forma de lanzarme a cualquier aventura ligera y superficial de amor pero pocas veces seria y trascendental respondí: yo no salgo con nadie por más de cinco días.
Y ya ves, fueron los que fueron, los que finalmente se dieron, tres años reales e intensos, descarados y vivos, cómplices y arrolladores. Fueron exactamente los que tenían que ser mientras día a día asumía el costo de los buenos momentos que tuvimos: extrañarte hoy.
Mr Christobal.
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