miércoles, 4 de octubre de 2017

La vida tiene razones para ser caprichosa

He entendido que la vida nunca es lo que queramos que sea, nunca, hasta que sepamos muy bien, más que bien, mejor que bien, lo que queremos que sea. Porque cuando estamos en nuestro centro y sabemos escucharnos, descifrarnos y confiamos más en nuestras vibraciones, instinto y pasiones, que en lo impuesto socialmente, no hay pierde.

Sin embargo, sucede que sin darnos cuenta nos auto soltamos las riendas, se las entregamos a otros e inevitablemente empezamos a recorrer caminos que no son propios. Comenzamos a frecuentar lugares comunes y situaciones usuales. Decidimos luchar, con toda la convicción del alma, por alcanzar metas impuestas, vidas ideales y el éxito estándar. Y nos dejamos llevar por formatos tradicionales, pensamientos establecidos y libretos repetidos.

Y no vamos dentro. No nos miramos. No nos tomamos el tiempo de revisar qué nos mueve, qué nos hace vibrar, cuál es nuestra verdad y dónde está nuestra luz. Cuáles son nuestras necesidades, qué nos llena el alma, dónde están nuestras sonrisas. No logramos diferenciar si lo que queremos es lo que realmente queremos nosotros o es lo que los otros quieren de nosotros. O si estamos viviendo la vida que nos han impuesto y exigido y nosotros la hemos adoptado con naturalidad como nuestra y no nos preguntamos si nos hace feliz. Y puede que sí.

Pero también, puede que no.

Nos da pánico escucharnos porque aparecen las verdades. Tememos cuestionar lo establecido, entender si queremos lo que todos quieren, si en serio nos hace feliz tener todo lo que hay que tener, ser como se debe ser y encajar a la perfección en lo establecido. Nos da terror ser auténticos. Le tenemos pavor a darle uso legítimo a nuestra libertad y le tenemos mucho miedo al miedo. Y por eso, vamos como caballos con los ojos tapados, logrando logros que nunca parecen logros y realmente nunca nos hacen saltar el alma.

Pasé tantas veces por ahí y dolió tanto e implicó tantas frustraciones, que sólo desde este momento existencial, puedo entender por qué -algunas cosas- fueron tan difíciles e insostenibles. Por qué la vida parecía encapricharse en mi contra y no a mi favor. por qué cada paso me costaba dos veces más esfuerzo y por qué acumulaba reveses y desengaños.

... pues porque iba por el camino que no era ya que el que busca sustenar y alcazar logros superficiales y no reales, siempre irá por el camino que no es.

Pero yo mismo insistí en ello. Me impuse lo impuesto y firmé con sangre en mi alma lo que debía alcanzar. Todo, eso sí, según los estándares sociales de éxito y mi auto exigencia de encajar en el molde del triunfo que yo mismo había establecido: una carrera seria (psicología, que me viene de maravillas en mi proceso personal, pero que siendo honestos, me decepciona mucho el campo laboral en este país, pero implica mucho esfuerzo y tenía que demostrar -no tengo ni puta idea, a quién- que yo era pilo). Y esa carrera -aunque la terminé- me ha mandado miles, o sea miles de mensajes diciéndome que no me puedo quedar sólo ahí. Pero yo insistí en mi pacto del éxito y lo sobre puse a mi felicidad y por eso, no me ha definido del todo y no la ejerzo como quisiera, entonces no la ejerzo.

Luego tenía que conseguirme un trabajo y que me fuera bien para alcanzar lo que seguía: una especialización, un carro, un apartamento y un esposo. Y así lo fui haciendo. Me conseguí un trabajo y si bien en ese momento tuve mi primer acto disruptivo con los requerimientos existenciales pues tuve la claridad transparente de no querer un carro, empecé a ahorrar para empezar a hacer una especialización, porque eso hace todo el mundo. Especializaciones. Pero la vida me decía que no y que no, que a mí no me gustaría eso, de hecho lo odiaría, y la vida me ponía obstáculos y me lo hacía imposible. Y hoy entendí que yo no quiero una especialización que no me llene. Yo quiero viajar. Irme como un alma libre que soy que no pertenece a ningún lugar ni a nadie y moverme. Pero aún sigo escuchando que tengo que hacer una especialización, ¿por qué? ¿quién se va por el mundo a viajar? ¿un año? ¿y lo que seguía de mi auto imposición del éxito? ¿y el apartamento? ¿Y la hoja de vida? ¿el trabajo de súper profesionales elegante con responsabilidades extraordinarias? ¿y el esposo? ¿y los hijos?

Y volví a trabajar. Como un señorito de bien. Y hacía intentos de defender mi libertad e intenté saborearla y me negué con convicción arraigada al apartamento y al esposo. La casa porque he tenido claridad en que no quiero endeudarme hasta la coronilla con un lugar y más bien prefiero gastarme eso en viajes y experiencias, porque las paredes esas no me las llevo a la tumba y lo vivido sí. Y el esposo, sencillo, porque siempre he estado convencido que yo no quiero a alguien, yo no busco compañía, yo no necesito casarme, ni decir que me casé, ni alguien que me defina, porque es que yo siempre he querido el amor de verdad. Y he preferido esperarlo convencido que acelerado y mal casado.

Pero volvía, seguía tratando de alcanzar lo que me había prometido; el éxito, o sea, el súper profesional con el súper cargo. Respetable. Que se me llenara la boca diciendo que había hecho esto y lo otro. Pero, mierda sí que he sido necio, por ahí tampoco era, no es, nunca lo fue. E insistí hasta el bendito cansancio. Y no entendía o no quería entender, que yo no estoy emocionalmente diseñado para una oficina. Que la lucha del día a día, con cierta gente y principalmente interna, era diaria, exhaustiva y criminal.

Pero tenía pánico, miedo físico y puro de auto decepcionarme. De no cumplir mis propias expectativas. Ni las de los que me rodeaban. Ni las de la vida. Y si bien no hay duda que gocé el entre tiempo, siempre encontraba decepciones. Vueltas tenaces. Derrotas. Negativas. Esfuerzo gigante. Imposibles visibles.

Pero siempre fue porque estaba buscando afuera. Compararme. Definí mi éxito según lo que había visto y no según mis convicciones y sin terminar de definir lo que soy. Y por eso era tan tenaz. Por eso la vida no iba conmigo. Yo la jalaba y la obligaba, pero ella me decía, viejo, no.

Por eso entendí que soy yo quien tiene que ir con la vida. Pero para ir con la vida tengo que redefinirme y reinventarme desde mi esencia y mi realidad. Desde lo que me gusta, de lo que hago bien y desde lo que me hará imparable. Desde la comprensión a mí mismo y la lectura honesta a mi alma. Desde la aceptación alegre de mis debilidades y construcción juiciosa y humilde de mis cualidades. Desde mi valentía que no le teme al miedo y se da las manos con el ego. Desde la libertad libre e infinita que tengo para elegir cualquier cosa que quiero ser -y las que no- y sobre todo, desde la autenticidad y transparencia de lo más profundo de mi alma.

Y para eso, para que la vida sea todo lo que yo quiero que sea, debo tener mucha claridad de lo que soy, lo que quiero, y lo que sueño. Con toda la sencillez y todas las complicaciones que eso implica.
Pero, ¿cómo la vida va a ser lo que yo quiera que sea, si no sé lo que quiero que sea?

Mr. Christobal.